"Los santos son admirables pero muy poco imitables" dice un refrán que repiten algunos teólogos. Observando la habitación donde murió y pasó sus 12 últimos años de vida el Papa Francisco será muy complejo para el nuevo Pontífice mantener la austeridad con la que vivió el argentino.
A medida que pasan los días desde la despedida de Francisco crecen las historias en torno a su figura. Historias que llegan al alma en tiempos donde "todo pasa y todo queda". Se recordó que desde su llegada al Vaticano en 2013, Francisco mantuvo la costumbre de usar los mismos zapatos negros comunes que utilizó durante años en Buenos Aires y no los rojos fabricados por renombrados y exclusivos diseñadores italianos que lucieron sus sucesores.
Desde el primer día Francisco decidió que no viviría en el lujoso Palacio Apostólico donde habían morado los otros Papas sino en la Casa Santa Marta, un edificio mucho más sencillo. La habitación 201, la elegida, recuerda más a ese Niño Dios que nació en Belén que a la de uno de los líderes más importantes del mundo. El Papa argentino en su cuarto eligió vivir según los valores evangélicos y no los mundanos. En ese espacio solo había una cama individual que el mismo se encargaba de tender todas las mañanas, una lámpara para leer y un crucifijo de madera en la pared. No había muebles costosos, antiguedades de oro o plata, ni fotos con todas las celebridades que viajaban a conocerlo. Eso sí, había un mate con sabor a su lejana patria.
“Necesitaba vivir cerca de la gente”, explicó su colaborador y amigo, Monseñor Guillermo Karcher y más de uno pensó "y de los valores que predicaba". Su día arrancaba al alba a las 4:45 de la mañana, hora en la que se dedicaba a la oración y celebraba misa. Después leía los diarios en papel y argentino hasta la muerte escuchaba tangos de Carlos Gardel y evitaba cualquier forma de conexión a internet. No veía televisión hace 35 años.
Su desayuno era frugal. Nada de masas finas o un bufet estilo hotel cinco estrellas. Apenas un yogur descremado y café, siempre compartido en el comedor común con sacerdotes, pero también con los trabajadores y el personal del Vaticano. Francisco solía enseñar que "Es una enfermedad grande la del consumismo de hoy. El consumismo, gastar más de lo que necesito, es una falta de austeridad de vida: este es un enemigo de la generosidad. Y la generosidad material tiene otra consecuencia: agranda el corazón y te lleva a la magnanimidad". Por eso solía invitar a revisar las casa y pensar "qué cosas no me sirven a mí, pero les servirían a los demás" y donarlas. Viendo su cuarto nos donó dos valores importantísimos: la sencillez y la coherencia.