Cada vez que abrís un yogur y ves ese pequeño charquito en la superficie, es probable que lo hayas descartado pensando que era solo “agua”.
Sin embargo, lejos de ser un sobrante sin importancia, ese líquido tiene nombre propio: se llama suero lácteo y está repleto de nutrientes esenciales para el organismo.
El suero lácteo es un subproducto natural de la fermentación de la leche. Durante este proceso, la leche se separa en partes sólidas (cuajo) y líquidas, y ese pequeño charco es la prueba de que las bacterias beneficiosas han hecho su trabajo.
En los yogures naturales o artesanales, su presencia es completamente normal y revela la calidad del producto.
Lejos de ser desechable, el suero lácteo es una fuente concentrada de proteínas de alto valor biológico, además de contener calcio, fósforo, potasio y vitaminas del grupo B, como la B12 y la riboflavina.
Estos nutrientes son clave para fortalecer huesos, dientes, músculos y para optimizar el metabolismo energético. Si el yogur no ha sido pasteurizado después de su fermentación, este líquido también contiene probióticos beneficiosos para la microbiota intestinal.
Lo mejor que podés hacer es simplemente mezclar el suero con el resto del yogur antes de comerlo, pero si preferís retirarlo, hay muchas maneras de aprovecharlo: podés agregarlo a batidos, usarlo en masas de pan, incorporarlo a salsas o incluso convertirlo en base para polos caseros.
En otras culturas, el suero lácteo es usado como bebida energética natural o como adobo para carnes.
Eso sí, quienes son intolerantes a la lactosa o alérgicos a las proteínas de la leche deberían consumirlo con precaución, ya que mantiene una pequeña cantidad de lactosa. Para el resto, es una oportunidad de sumar un "extra" de nutrientes de forma fácil y natural.