Un hombre imagina una Buenos Aires invadida por una extraña tormenta de nieve tóxica, los autos chocan, las personas mueren. Imagina una invasión alienígena. Imagina combates en la General Paz y la cancha de River. Imagina ataques en Plaza Italia y Avenida Cabildo. Imagina hombres robot, Manos, Ellos, cascarudos, un traje aislante. Imagina a Juan Salvo un héroe colectivo y no individual. Imagina -crea- la primera historieta para adultos. Imagina El Eternauta. Lo que no puede imaginar -porque es inimaginable- será que sus cuatro hijas, dos yernos, un yerno al que no conoce, los dos nietos que están en el vientre de sus hijas y él mismo serán secuestrados, asesinados o desaparecidos. Ese hombre que imagina pero no imagina lo inimaginable es Héctor Germán Oesterheld.
A Héctor Germán Oesterheld lo apodaban Sócrates porque sabía de todo. Nació en 1919 en una familia alemana propietaria de campos en la provincia de Buenos Aires. Estudió Geología, pero solía faltar a clase para ir al cine o porque como becario de YPF estaba explorando yacimientos o por su trabajo como corrector en el diario La Prensa. A los 24 años se enamoró de Elsa Sánchez, se casaron en el 47.
Aunque consiguió el título de geólogo su pasión era la escritura. Abandonó un cómodo y aburrido puesto en el Banco Industrial y comenzó a escribir cuentos infantiles. Para esa época ya se escuchaba una máxima que hasta hoy se repite “los chicos no leen”. No era porque quedaban abducidos por sus celulares sino porque los libros o eran caros o eran aburridos. Oesterheld pensó que las historietas serían la solución. Con ellas no solo aprenderían historia, ciencia, geografía, además imaginarían. Nacieron Bull Rocket y el Sargento Kirk. Después llegaría el Indio Suárez, los cuentos para la revista Más Allá. En la revista Hora Cero, aparecerían otros personajes inolvidables como Ernie Pike, un corresponsal de guerra que relataba batallas.
El éxito le permitió al matrimonio dejar el departamentito en Belgrano para mudarse a un chalet en Beccar. El presente se llenó de futuro con los nacimientos de sus cuatro hijas. Estela en el 52, Diana en el 53, Beatriz en el 55 y Marina en el 57. En el barrio los apodaron la familia Conejín porque estaban juntos todo el tiempo. Parecían felices, lo eran.
Oesterheld era un papá atípico para la época. Cambiaba pañales, preparaba mamaderas, jugaba con sus hijas, se disfrazaba de hada madrina, les contaba cuentos. Las hijas y los amigos de las hijas amaban esa casa desbordante de magia e imaginación por donde pasaban dibujantes genios como Francisco Solano López, Alberto Breccia, Hugo Pratt…
El mismo año que nació Marina, nació El Eternauta. Apareció en la revista Hora Cero y durante casi cien semanas la historia pensada por Oesterheld e ilustrada por Solano López atrapó a los lectores fascinados por ese relato de heroísmo y solidaridad, por esa batalla de un grupo de porteños contra un imperio extraterrestre. Pero además mostraba que la aventura también podía pasar acá, en el sur del sur y que cualquier hombre común y corriente, llegado el fin del mundo, para defender a los suyos, se vuelve un héroe.
El Eternauta marcó un antes y un después. Hasta ese momento, la historieta y el cómic no eran un consumo para adultos y los que los leían lo hacían a escondidas. Oesterheld rompió con eso y mostró que se podía hacer historietas con literatura, que se podía ser masivo y popular sin ser berreta y vulgar. Parecía utopía, era realidad.
Hacia fines de los 60 la situación de los Oesterheld cambió. La editorial Frontera fundada por Héctor con su hermano, quebró. Las hijas que hasta ese momento habían ido al colegio Northlands, bilingüe, privado, pasaron a otro estatal. Salieron de su mundo mágico y entraron al mundo real.
Mientras el planeta era un hervidero de movimientos. Los jóvenes franceses del 68 exigían “la imaginación al poder”, en Cuba se vivía el apogeo de la Revolución, los vietnamitas derrotaban al imperio estadounidense, los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín aseguraban que ante la violencia sistemática de los poderosos no estaba mal que los débiles se levanten. Fue uno de los pocos momentos históricos donde el poder popular parecía posibilidad y no utopía. Estela, Diana, Beatriz y Marina decidieron que no serían espectadoras sino protagonistas de su época. Tan bellas como inteligentes, tan formadas como comprometidas, tan solidarias como utópicas comenzaron a militar.
Como reconstruyeron Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami en su libro Los Oesterheld, Estela, la mayor, dibujaba y pintaba. En plena ebullición estudiantil luego del Cordobazo, con la incipiente aparición de grupos armados y la posibilidad del regreso de Perón, se enamoró del Vasco, quien sería su compañero y padre de Martín y se incorporó a Montoneros. Diana arrancó por el teatro pero empezó a cuestionarse si desde el arte se podía generar un cambio revolucionario y se volcó a militar.
Beatriz, la tercera empezó su participación cuando aún no había terminado el secundario junto al que era su novio y vecino, Miguel Fernández Long. Marina, tenía 14 años, sus hermanas intentaron mantenerla un poco al margen pero ella se sumó a la UES. Las hijas comenzaron a cuestionar a ese padre que escribía historias pero no se metía en la Historia. Oesterheld las escucha, piensa, cuestiona y se cuestiona. Como cientos de su tiempo cree/se convence de que pasar a la acción es la única forma de cambiar las cosas. No toma el fusil pero comienza a trabajar como jefe de prensa de Montoneros.
Al inicio de la militancia, el trabajo en las barriadas, la vuelta del caudillo desterrado, muchos jóvenes que compartían utopías, impedían pensar que caminaban hacia uno de los tiempos más oscuros de la Argentina. El 24 de marzo de 1976 todo cambiaría. No parecía peligroso, lo sería.
“Las chicas se iban dando cuenta. Una de ellas me lo dijo, Estela. Me dijo que ellas también sentían que los partidos usaba a la gente, que se iba a dedicar a terminar la carrera de médica para ir a trabajar en alguna comunidad india”, contaría su madre muchos años e infinitas lágrimas después.
Beatriz, fue secuestrada en junio de 1976, cuando tenía 21 años. Su compañero Carlos “Juan sin Tierra” Della Nave fue secuestrado tres meses después. El cuerpo de Beatriz apareció en un descampado junto con el de otros cinco militantes. Su mamá pudo sepultarla.
Diana la segunda hija, fue capturada en Tucumán en agosto de 1976 cuando tenía 22 años y estaba embarazada de seis meses. Su cuerpo nunca apareció. A su compañero, Raúl Araldi, cuadro montonero, lo mataron en Tucumán. A su hijito de un año, Fernando, los represores lo abandonaron en la Casa Cuna de esa provincia. Sus abuelos paternos lo lograron encontrar y criar.
A Estela la mataron al otro día de conversar con su mamá. Fue sorprendida por un grupo de tareas el 1° de julio de 1977, cuando intentó escapar, le dispararon. Su compañero, Raúl “el Vasco” Mórtola, había caído unas horas antes. A Martín el hijo de tres años, se lo entregaron a su abuela Elsa que pudo criarlo.
Marina, la más chica, fue secuestrada en noviembre de 1977, embarazada de ocho meses, junto a Alberto Seindlis. Entre junio de 1976 y diciembre de 1977, cuatro hijas, dos nietos por nacer, tres yernos, el novio de una hija pasaron a estar desaparecidos o muertos. No parecía un horror. Era el horror.
Para principios del 77, Héctor Oesterheld era una sombra. Cada tanto llamaba a la editorial y alguno siempre creía haberlo visto. Sabía que lo buscaban y andaba por la calle camuflado. La relación con su mujer estaba quebrada y se separó. Siguió siendo un lector voraz y un creativo infatigable, terminó El Eternauta II. La muerte lo esperaba y ya no agazapada.
El 27 de abril de 1977, Oesterheld fue secuestrado. Lo llevaron a Campo de Mayo y de ahí al centro El Vesubio. Allí lo torturaron, le destrozaron la dentadura mientras le mostraban fotos de sus hijas y hacían comentarios obscenos sobre ellas. En la pared un cartel indicaba “Si lo sabe cante, y si no aguante”. Uno de sus torturadores era lector de sus historietas y lo obligó a escribir una con San Martín de protagonista. Le llevó a su celda a Martín su nieto de cuatro años, lo tuvo unas horas y después se lo entregaron a Elsa con quien creció.
Mientras Oesterheld permanecía secuestrado ganó el Yellow Kid, el premio mayor a la historieta. En su nombre lo recibió un miembro de Amnnesty Internacional. Escritores francesas y belgas pedían por él, hasta Héctor Hergé, el creador de Tintín le escribió a Galtieri. Todo fue en vano. Oesterheld jamás volvió.
El Eternauta se sigue publicando y pronto será una serie de Netflix.. En cada lector que lo descubre, Héctor Oesterheld deja de ser un desaparecido. En cada lector que lo relee, Oesterheld deja de ser un desaparecido. Si sus acciones fueron erradas, si los muertos y desaparecidos creyeron como Shakespeare que “los cobardes mueren mil veces, pero los valientes solo una”, al menos esta cronista no tiene la capacidad de juzgar y mucho menos condenar. Pero al escribir sobre estos sucesos solo puede repetir las palabras que Oesterheld puso en Salvo. “Cuando venga la reflexión y se den cuenta de lo que ha sucedido. ¿Cómo haré para mitigarles la pena?”