ENTREVISTA A FONDO

Hernán Casciari y la experiencia de compartir escenario con su mamá Chichita: "Es un viaje alucinante casi de terapia, en donde perdono a una mujer que me ha pegado mucho"

A días de la función de Una madre extrovertida, el escritor revela que salvo sobre las tablas se lleva mal con su mamá, cuenta por qué eligió vivir en San Antonio de Areco y dice que lo que más feliz lo hace es la relación que construyeron sus dos hijas a pesar de vivir a 12 mil km de distancia

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Escrito en ESPECTÁCULOS el

“Los hijos empiezan por amar a sus padres; pasado algún tiempo, los juzgan; rara vez los perdonan.” La frase pertenece a Oscar Wilde pero viene a cuento a la hora de conocer la historia de Hernán Casciari. Una historia familiar que él mismo ha ido desplegando desde Más respeto que soy tu madre hasta los cuentos que ha ido volcando en blogs, libros, podcast, en su columna en Perros de la calle con Andy Kusnetzoff y en las múltiples plataformas de Orsai, que empezó siendo una revista y hoy es una librería, una editorial y una productora audiovisual. 

"Es un viaje alucinante, casi de terapia", dice a la hora de hablar de Una madre extrovertida, la obra que presentará en el teatro Nacional el próximo 31 de mayo junto a Chichita, su mamá, con quien afirma que no se lleva nada bien salvo sobre el escenario. Allí recorrerá su infancia en Mercedes, los conflictos familiares, los amigos como refugio y la propia paternidad como revelación a partir de un cambio de rol que permite la comprensión y acaso el perdón -desmintiendo a Wilde- de aquellas inconsistencias de sus padres. Los mismos temas que atraviesan esta entrevista.          

-Pensando en tus inicios como escritor que claramente es una tarea más intimista y más introspectiva a esto de estar en un teatro, sobre un escenario y ante un auditorio. ¿Cómo se fue dando esa transición? ¿Te costó al principio?

-Nunca tuve esa tradición narrativa del escritor solitario, porque cuando salí del periodismo y entré a trabajar de manera consciente en la literatura, lo hice en un formato de blog que en ese momento, al principio de los 2000, se estaba empezando a desarrollar. Entonces las primeras cosas que escribí las hice en formato borrador, con el público a la vista, más allá de que yo estuviera en mi casa y el público también. Se pareció mucho ese inicio a lo que después fue la pandemia con el streaming. Yo escribía en directo, no es que yo escribía, pasaba por un corrector, por un editor de texto y una editorial sacaba el libro. Yo empecé a escribir y en el momento que publicaba, había 25 mil personas esperando ese texto y empezando a comentarlo, que es muy parecido a la salida del teatro. Entonces nunca tuve esa sensación de estar solo-solo y después acompañado-acompañado.  El paso inicial fue empezar a leer los textos en voz alta en la radio, ese fue el nexo entre solamente escribir y estar arriba de un escenario. Empezar a matizar la voz y adaptar textos literarios a un formato oral; creo que está todo ahí, en cómo se edita un texto para ser dicho en voz alta o para ser interpretado con el cuerpo y con los matices de la voz. Nunca nadie me empujó a un formato al que yo no estuviera preparado, fue todo muy despacito, siempre con amigos, y los que estaban del otro lado en el escenario al principio eran muy benevolentes, sabían que estaban yendo a ver un escritor. Al principio ni me levantaba de la mesa, bajaba la vista y leía, cuando las cosas empezaron a tornarse más corporales yo ya estaba lo suficientemente relajado como para hacerlo. Nunca sentí incomodidad ni me subí a un escenario con nervios.

-¿Cuando preparás un cuento para grabarlo, primero lo escribís, o lo podés pensar y directamente grabarlo

-Yo hice un quiebre entre la escritura y la interpretación en 2015. Ese año dejé de escribir. Antes de eso escribí un montón de historias, un promedio de 500, más o menos. Cuentos diferentes y nunca los leí en voz alta, solamente los escribí y los publiqué en blogs, en libros etcétera. Dejé de escribir de un día para el otro y solamente empecé a interpretar, a reformular, a adaptar algunos de esos 500 cuentos. Es todo lo que hago, nunca escribí para leer en voz alta. 

-¿Y extrañás sentarte a escribir?

- No, porque subirme a un escenario para mí es casi lo mismo que escribir. Yo largo un cuento que nunca leí, inicialmente con sus 14 párrafos y conforme van transcurriendo las funciones, se va convirtiendo en otra cosa. Lo reescribo en directo con la gente adelante, según como reacciona el público me puedo quedar dos párrafos más haciendo chistes porque eso funciona, o emocionando porque eso funciona y cuando voy a buscar ese cuento seis semanas después, es otro. Y me di cuenta que en todo ese proceso hubo una reescritura, una adaptación, un final mejor o un inicio más contundente. Sigo escribiendo, lo que no hago más es anotar en papeles lo que voy a decir. Lo mantengo entre el público y yo ese proceso y esa evolución del texto. Es muy divertido, a mí me divierte un montón, pero no forma parte ya de escribir.

-Una vez contaste que te sentiste escritor el día que viste que tu papá había leído algo tuyo y se había reído. ¿Cómo fue en el caso de tu mamá? Ella también tuvo como cierto escepticismo o directamente oposición cuando vio que te ibas a dedicar a esto? ¿Cómo se fue dando todo ese proceso con tu mamá en el que termina arriba de un escenario con vos?

-No, el escepticismo siempre fue de mi viejo, que es una persona que nunca fue muy lectora y entonces tuve que adaptar posiblemente mi literatura al humor y al deporte, más que nada para que se sintiera interpelado. “Ah, mirá, habla de algo que entiendo”. En el caso de mi vieja fue el extremo contrario, ella pensó que yo era un genio antes de que yo empezara a escribir. Es una presión espantosa tener una madre como la mía. Es muy complicado porque es de esas viejas que sos un boludo, vos sabés que sos un boludo y ella piensa que sos un genio. Yo siempre fui muy consciente de chiquito de que me gustaba mucho escribir, pero era malísimo. Era muy buen lector. Entonces sabía que era malo y mi vieja no, ella alardeaba de mí con inconsistencia. Al contrario que mi papá, era una señora que siempre creyó en mí incluso de manera exagerada.

-¿Con tu papá, cuál era la conexión? ¿La pasión por el futbol, por Racing?  Porque la literatura no lo era,

-El deporte. No solamente Racing sino el deporte como contienda física. Desde muy chiquito hice todos los deportes que existen, incluido el béisbol. Fui a todos, no por insistencia ni por obligación por parte de mi padre sino porque yo quería tener una relación con él y sabía que era por ahí y por ningún otro lugar. Entonces creo que me gustan los deportes por eso, no porque me gusten de verdad. Yo soy muy consciente de que el fútbol no me gustaría en absoluto, por ejemplo, si no fuera porque en cada pedacito de fútbol encuentro un recuerdo con él. Y en la infancia era eso. Mi papá me llevó al Mundial 78 cuando tenía siete años e incluso sobreponiéndose a las amenazas de mi mamá, que no quería que fuera un nenito tan chiquito al Mundial “porque ponían bombas”. Era lo que se decía, que iban a poner bombas adentro de los estadios. Entonces mi vieja estaba muy preocupada y mi papá me quería llevar igual y le dijo a mi mamá. “Un día este nene va a ser grande y cuando me pregunte por qué no lo llevé al Mundial que se hizo en su país, yo no voy a saber qué contestarle, así que disculpame pero me lo llevo igual, aunque nos pongan una bomba”. Y me llevó, a la inauguración, a Rosario a ver Argentina Polonia el 2 a 0, vi Italia-Austria... Vi como doce partidos de ese mundial con siete años. ¿Cómo no vas a salir fanático después de eso si te obligan a ser fanático?  

-¿En algún momento él admitió que el camino que elegiste fue acertado, te dijo "disculpá, tenías razón" o algo por el estilo? 

-Es que nunca fue una confrontación, fue un tipo muy tímido. El entendía que escribir poesía o hacer poco deporte era ser puto, él entendía eso, era su concepción del mundo. Vos jugás a algo, está todo bien; te sentás a escribir o mirás televisión o mirás una novela sos puto.. Creo que la primera vez que me respetó tuvo que ver con lo económico. Gané un premio literario que daba la gobernación de la provincia de Buenos Aires y que había que ir a cobrar a La Plata. Me tuvo que acompañar él porque yo era menor. Y le vi la mirada cuando el cajero del Banco Provincia le empezó a poner billetes y billetes uno arriba del otro porque tenía que cobrar él, que era mi papá. Me miró y ahí entendí:"Ah, se está dando cuenta de algo". Por la guita, porque nunca leyó el cuento que ganó o si lo leyó, nunca lo entendió. 

Con Chichita, su mamá. El 31 de mayo a las 20.30 en el Teatro Nacional presentan Una madre extrovertida 

-¿Y con tu mamá cuál fue la conexión? ¿Fue más difícil ahí?

-Mi vieja siempre fue más creativa en la pobreza. Mi viejo fue muy pusilánime, nunca levantó cabeza económicamente, era de esos tipos que la mujer le decía, "no traés plata a casa, Roberto". De chiquito escuchaba eso, que la mujer era más fuerte que el varón y mi vieja siempre fue muy creativa en épocas de vacas flacas o hacía comidas para afuera o ropa para señoras. Siempre hizo algo y siempre sacó adelante la casa. Florencia, mi hermana -y yo también-, ambos tenemos un costado creativo, inicialmente por esas ideas y esas novedades que ella generaba.

-En YouTube hay videos de los Zoom literarios que hacés con Nina, tu hija mayor, que vive en España. Está buenísimo que esa influencia que seguramente le pasaste, la haya acercado a la literatura. ¿En tu caso, cómo fue?  ¿Cómo un pibe que vive en una ciudad como Mercedes con padres que no leen se volvió apasionado de la literatura?

-Nunca hubo libros en casa, los primeros los traje yo directamente. Tuve mucha suerte, hubo dos carambolas raras. Una tía política que me regaló una bolsa llena de libros juveniles en mi infancia fue una y la otra fue que unos vecinos lindantes de mi casa en donde yo me quedaba a la tarde cuando mis viejos laburaban, desde los 4 a los 10 años ponéle, eran cultos. Me acuerdo que tomaba la merienda con ellos, era una familia normal de cuatro o cinco integrantes y hablaban uno por vez, no hablaban de chismes sino de ideas y a mí me llamaba mucho la atención eso. Me fascinaba la conversación ordenada que en mi casa no tenía. En casa era mi papá diciendo que no había plata, y mi mamá chusmeando cosas de los vecinos. Todo muy básico. Y esta gente de al lado, que económicamente estaban mal como nosotros, tenían una conversación fluida que a mí me fascinó. Creo que esas dos carambolas, tener libros y escuchar a gente inteligente conversar con fluidez sin hablar de otros a mí me formó en la infancia. Y después una tercera carambola muy fuerte, fue tener interlocutores válidos en la escuela. Dos o tres amigos que entendían de libros, de música, que le gustaban las chicas correctas. O sea, las que nos gustaban no eran las más tetonas, sino las más inteligentes. Y no estar solo en eso, porque la soledad en esa circunstancia o el bullying o ciertas cosas que le hacen al pibe cuando es un poco inteligente o le gusta mucho lo sensible, me parece que lo achica. Yo tuve la enorme suerte de tener un par de amigos y un par de amigas desde muy chiquito con los que fuimos populares, siendo de la manera que éramos. Y me parece que eso a mí me dio mucha autosuficiencia en la infancia. Lo reconozco ahora, no es que lo supe ahí.  

-Igual lo que contás de tu casa, esas subjetividades diferentes de tu mamá y tu papá, los quilombos, el tema de la plata, todo eso obviamente te dio muchos elementos para los cuentos y todas las historias que armaste, más allá de que obviamente después le habrás puesto algunas hipérboles que hacen falta, ¿no? 

-Lo que pasa que con el tiempo todo eso que a veces sufrís… En realidad no lo sufrí, sino que me avergonzaba un poco mi familia por básica. Pero después con el tiempo, cuando descubrís los sacrificios, los esfuerzos, cuando sos papá, también descubrís un mundo completamente distinto. Y yo lo que hice fue homenajear ese mundo. En el momento exacto que fui padre por primera vez escribí Más respeto, que soy tu madre. Hice un homenaje un poco desopilante, un poco surrealista de mi familia, de gente de pueblo muy básica que no lee un libro pero que saca adelante a hijos que después iban a leer un libro. Entonces me parece que tuvo mucho que ver la paternidad en el descubrimiento de ciertos héroes que cuando sos chico te avergüenzan un poco por razones incorrectas.

Sus hijas, Nina y Pipa

-Tenés una hija adolescente con la que estás ahora a la distancia, tenés otra más chiquita, Pipa, que vive con vos. Seguramente te agarraron en etapas diferentes de tu vida. ¿Qué diferencia podés establecer en tu experiencia como papá con cada una?

-Hay una que me parece a mí fundamental en mi caso particular que es la solvencia económica. La que tiene cinco años me agarró con la cabeza fresca, de decir “puedo estar todo el tiempo con vos”, “quiero estar todo el tiempo con vos”. Con la mayor también quería estar todo el tiempo, pero no se podía, yo estaba armando mi mundo, tenía treinta y pico, las cosas empezaban a ir bien y cuando te empieza a ir bien agarrás todos los laburos, no decís que no a nada. Tenés miedo de que se acabe la racha. Yo tenía 33 cuando nació Nina y hoy con Nina grande, hablamos de la enorme diferencia que hay del padre que soy hoy, al padre que fui con ella. Tengo la enorme suerte de que no me lo reprocha, sino que lo reflexiona conmigo. Pero me lo debería reprochar. Yo estoy esperando todo el tiempo el cachetazo de Nina diciendo “sos un hijo de p..., mirá lo bien que está esta nena y cómo estaba yo", respecto al padre presente. Pero por suerte tenemos gustos muy parecidos y tenemos conversaciones que nos permiten sobrellevar ese pasado en donde ella queda en desventaja. La paternidad de más grande, estos padres abuelos que somos cuando tenemos 50 e hijos chiquitos es alucinante, pero cuando lo pienso, siempre tengo que involucrar de manera transversal la solvencia económica, porque tampoco sería alucinante si yo estuviera buscando laburo. A veces no es la edad, son los caminos y cómo estás sentado en un lugar con tiempo, sano, o sea la guita, la enfermedad, el amor. Estoy viviendo con una persona que amo y mi hija lo ve. Hay un montón de diferencias a cuando Nina era chiquita, ahí solamente me iba bien laboralmente, pero no me iba bien en lo personal, estaba medio deprimido, no estaba en el país que quería y todo eso ella lo mamó. Y Pipa, mi hija de cinco, está vivenciando todo lo contrario. Un padre muy feliz en el país en el que está, donde está sentado, con quién está viviendo. Entonces claro, ahí hay una diferencia enorme.

-¿Cómo fue tu experiencia en Barcelona? Más allá de que tuviste ahí a tu hija, ¿te costó? ¿En qué momento sentiste que tenías ganas de volver?

-No me fui queriendo, no es que me fui a vivir otro país. No soy de esa gente que tiene el chip de que hay que vivir afuera. Nunca me pasó, todo lo contrario. Me burlaba un poco de los que se iban a vivir afuera. Tenía ese costado medio chauvinista de “te estás escapando traidor” con los que se iban y un día fui a recibir un premio a París, me enamoré de una catalana y decidí quedarme en Barcelona y me quedé 15 años. Pero realmente estuve bien solo tres. Bien diciendo, “qué bien que estoy acá, cómo me gusta escribir una novela en esta pensión”, toda esa cosa medio épica de ser un latinoamericano viviendo en Europa con poca plata me resultó efectivo y divertido en la cabeza muy poco tiempo, dos o tres años. Cuando estaba pegando la vuelta, esta catalana quedó embarazada y quise ser papá más que ninguna otra cosa en el mundo. Entonces me quedé, pero me quedé sufriendo mucho el contexto. Nunca me sentí cómodo en un lugar perfecto. Siempre me dio la sensación de que mi cabeza está mucho más preparada para nuestro caos que para esa tranquilidad. Entiendo perfectamente al que prefiere la tranquilidad al caos. Me parece hasta más lógico, pero yo me aburrí como un chancho. Y me iba bien, eh. Siempre me fue muy bien, pero nunca me pareció el público adecuado, nunca hice amistades verdaderas, nunca me sentí cómodo y siempre hice todo mirando Buenos Aires, mirando Argentina. Gracias a las redes y al blog que escribía. Las cosas mías estaban acá y yo lo único que hacía era estar a 12 mil kilómetros. Mi corazón y mi mirada siempre estuvieron acá y me hizo muy mal, eso me entristeció mucho, me deprimió y en un momento me di cuenta de que me estaba haciendo mal físicamente y me volví. Pero tardé 15 años en hacerlo.

-¿Cuando decidiste volver, cómo se lo explicaste a tu hija?

-Fue muy complicado. Tenía mucho miedo. Yo hacía años que quería volverme, ya no estaba más en pareja con la mamá de mi hija, pero vivíamos en la misma casa porque yo tenía por suerte una casa muy grande, entonces se podía. Y yo sabía que me tenía que ir a Buenos Aires y sabía al mismo tiempo que decirle eso a una nena de 11 años no era algo que yo podía hacer. Pero al mismo tiempo cada vez estaba peor y en un viaje a Montevideo, a un recital de cuentos, tuve un infarto. Fue a finales del 2015. Y tomé la decisión después del infarto. El médico me ayudó. Me dijo: "Mirá, durante seis meses es mejor que no hagas viajes interoceánicos por la presión atmosférica". Entonces la llamé inmediatamente a Nina que estaba allá y le dije “che, el médico me dice que durante seis meses no puedo ir, así que estoy empezando a pensar que vengan para las fiestas ustedes”. Les mandé un pasaje para que vinieran y en ese Año Nuevo 2015-16, le dije a a mi hija, y me costó un montón, un montón, todavía me cuesta recordarlo un poco. Y fue ella la que tuvo la fuerza suficiente con 12 años en ese momento para decirme “todo bien, va a salir todo bárbaro. Yo prefiero que seas feliz” Y lo consiguió ella, más que yo. Hubo muchos viajes, por suerte. Otra vez lo económico, yo creo que si no hubiera tenido dinero para pagar cinco viajes al año, me hubiera muerto, o no lo hubiera conseguido directamente. Me hubiera ido a España. Empecé a trabajar el triple para tener mínimamente esa seguridad de que ella iba a poder venir cinco o seis veces al año. Hablé con la escuela y antes de la pandemia ya empezó a hacer clases virtuales porque estaba 3, 4 meses acá por año. Y eso nos ayudó muchísimo a que hoy, que tiene 18, tengamos una relación muy fluida en donde voy yo o viene ella. Ya no nos importa, es como si fuera Berazategui- Barcelona, vamos y venimos todo el tiempo.

Con su mujer Florencia y su hija Pipa

-Los zoom literarios que hacen son muy lindos, que puedas compartir eso con tu hija y tener esa conexión es espectacular.

-Es un milagro, a mí me resulta milagroso. Posiblemente lo que más orgullo me da en la vida es eso, más que cualquier otra cosa que haya hecho o que me haya pasado.

-Hacés mención del tema de la solvencia económica y eso se vincula mucho también a que hayas tenido esta forma si se quiere singular y emprendedora de generar, porque no es que te fuiste quedando en un rol de "yo escribo y que haya una editorial". Lo encarás de manera integral y en la medida que van teniendo potencia descargarás cuestiones en otras personas, más si ya cargás con un infarto encima. Pero cierta carencia en algún momento o ansias de mayor solvencia debe haber sido un motorcito para todo eso, ¿no? 

-Mi viejo por contraposición fue el motor, o sea, ver lo que yo no quería que me pasara. Me parece que si vamos a la terapia- terapia-terapia es por ahí. Ver a una señora diciéndole al marido cada vez que entra que es un pusilánime no es algo que me haya gustado en la infancia y entonces me parece que desde ahí arranca. Soy muy buen negociador. Soy medio tiburón negociando, pero no porque me interese la guita. Le escapo como gato al agua a los problemas que genera la ausencia de dinero, pero después la plata como cosa coleccionable no me interesa. No es que quiero tener mucha, quiero no pensar en eso, me resulta vital no tener que mirar en la parte derecha del menú cuando voy al restorán. Pero después me di cuenta de que hay otras cosas que son familiares como esto que les contaba de Nina que también te resuelven el corazón, o sea, poder separarte de alguien e irte a 12.000 kilómetros sin sufrir una ausencia. Me encantaría que dependiera de cosas más nobles y de cosas que no generen desigualdad pero bueno, voy caminando sobre los mismos cascotes que todos y quiero no tener esos problemas.

-Además del empuje, realizar todas las otras actividades te gusta, porque si no uno a veces quiere no tener cierto problema, pero sufre la realización de esas actividades.

-Pero eso también tuvo que ver con mi viejo que volvía de un trabajo que no le gustaba. Son cosas que tienen que ver con el miedo que te da no ser… Cuando tenés una familia que te gusta como es, querés parecerte. Por contraposición o por espejo, lo que te pasó en los primeros años de tu vida es tan fundamental, te conforma tanto, te configura de tal manera que incluso los traumas no te los podés sacar de encima. Por suerte tuve en mi papá a un tipo que quise mucho más allá de esas cuestiones y entonces lo puedo homenajear. Y entiendo que soy muchas veces muy bueno en ciertas cosas porque vi muchas veces que él no podía superar ciertas cuestiones. Pero nos pasa a todos.

-¿Hoy te encontrás viviendo de vuelta en la provincia, no? ¿Eso estuvo también vinculado al nacimiento de tu segunda hija y su crianza? 

-Como dije antes yo tuve una enorme suerte con la gente que me encontré en primer grado, que de hecho hoy son mis socios en Orsai y un poco de esa suerte tiene que ver con hacer la escolaridad en pueblos chicos, porque después conocí un montón de porteños o de gente de grandes ciudades que entre la primaria y la secundaria pierden a sus amigos, tienen otros, y para mí fue muy importante tener a los mismos desde el principio. De hecho Nina nació en Barcelona pero cuando empezó el primer grado nos fuimos a un pueblito de la provincia de Barcelona cerca de Francia. Y Pïpa nació en Buenos Aires, es porteña, pero en sala de cinco ya está en San Antonio de Areco y mi idea siempre es la misma. Con Nina que tiene 18, está pasando. Fuimos a su cumpleaños número 18 y sus amigas son todas nenitas que yo conozco de primer grado y tienen esa relación y les encantan los libros. Entonces digo "bueno, salió bien esa jugarreta de ir a pueblo chico", en el caso de Nina a un pueblo con montaña y con río al lado, un montón de cabras. Con Barcelona muy cerca, un tren en 40 minutos tenés los mejores teatros y librerías. En este caso buscamos un montón con Julieta, cuál era ese pueblo de provincia que pudieras estar en el teatro en un rato y en las mejores librerías pero que al mismo tiempo el paisaje sea este de Areco que es hermosísimo, es un pueblo increíble. Nos empezamos a construir una casa antes de la pandemia, después se frenó un poco pero la terminamos inmediatamente y nos vinimos. Pipa empezó sala de cinco en un colegio acá, pero es como una regla interna que tengo de tratar de darle a la niñez de mis hijas  mucho río, mucho campo, mucho animal, mucha libertad, mucho correr por donde quieras y hacete amiga de chicos que te encuentres en la plaza y que te griten tu nombre de una cuadra a la otra. A mí me pareció tan lindo haber vivido eso, me gustó tanto que trato de dar ese regalito inicial. Después las cosas se pueden torcer para bien o para mal, vivas donde vivas, no es la receta del éxito, pero es tratar de sembrar la semilla en tierra propicia.

-¿Lograste a pesar de la distancia que tus hijas construyeran una relación de hermanas a partir de los viajes y que hoy en día se pueden comunicar de manera virtual con facilidad?

-Si, son hermanas. Obviamente están juntas a nivel virtual todo el tiempo, pero en la presencialidad, cuando las veo ir de la mano por lugares, separarse de mí y estar juntas, la grande dándole consejos a la chica, “la” felicidad que me agarra a mí es… Capaz que cuando tenés hijos que viven en la misma casa, perdés un poco la efervescencia de ese milagro,. En el caso nuestro que no es tan habitual, que ocurre seis veces al año, me resulta tan fascinante, tan increíble y tan milagroso. Sí, me parece que soy feliz por eso, o sea, después las cosas que pasan está todo bien, pueden estar bien o no, pero ese milagro que ocurre para mi es increíble, que se lleven bien, que se amen, que se sepan, que se piensen cada na en su lugar. Pipa cuando dibuja a su familia en el jardín dibuja a los cuatro, está su hermana ahí. Eso salió bien, no es tan fácil. Yo tenía mucho miedo, por eso me pone tan contento. 

-Para terminar, de qué se trata Una madre extrovertida, qué es lo que va a ver la gente que vaya a verte al teatro Nacional.

-Es muy loco, porque en general las entrevistas que me hacen no son así como la que están haciendo ustedes. Me fueron llevando por lugares que no son los habituales y esta obra creo que toca todos estos temas. Eso tiene que ver con mi vieja, con mi papá,   con mi infancia y las de mis hijas, con todos esto. Son cuentos que están elegidos de tal manera para que mi mamá pueda participar permanentemente. Lo que hace mi vieja arriba del escenario, es increparme, decirme esto no es verdad, a veces cambio los cuentos para que se sorprenda y que sea todavía más espontáneo ese ida y vuelta. Y es algo que hacemos pura y exclusivamente por nosotros. No tengo una gran relación con ella bajo el escenario, o sea, vivimos en lugares distintos, con otros ritmos, no tenemos mucha conversación, ella es muy de derecha y yo no. Y entonces todo terminaría en cosas que yo no quiero a esta altura discutir. Pero arriba del escenario nos llevamos bárbaro, es una enorme profesional. Sabe exactamente dónde está el espectáculo en ella misma, donde llorar de verdad. A veces busca el lugar para llorar de verdad, no para hacer que llora. Es muy buena y realmente me siento muy bien con ella en una frecuencia que no tenemos abajo del escenario como madre y como hijo. Es realmente un muy buen espectáculo. Lo digo objetivamente y hasta con la sorpresa de haber conseguido con el tiempo de rodaje que salga tan bien. Y es eso, un viaje alucinante casi de terapia mío, en donde perdono a una mujer que me ha pegado mucho. Físicamente, que me ha fajado de chico de formas inconcebibles, o sea, que yo no puedo creer o siendo padre que alguien le pueda pegar un chico y ella me pegaba todos los días. Y poder conversar de eso con una mina de 70 y pico de años es buenísimo, es buenísimo.     

Christian Banett y Benito De Miguel

Fotos: Prensa Teatro Nacional/Gaspar Kunis e Instagram Hernán Casciari (@casciari)

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