"Cumple 100 mi abuela, la mamá de mi mamá, con quien nos odiamos durante sus primeros 98 años de vida". Así describió Tamara Garzón, en un posteo en su instagram del pasado 21 de junio, la relación con Dalia, la madre de Alicia Zanca, la recordada actriz de cuya muerte hace unos días se cumplieron diez años.
¿Qué pasó para que en la última -ultimísima- etapa de la vida de la abuela, la tensión y la toxicidad que había hayan dejado lugar a un hermoso vínculo de amor y de cuidado?
Parece inverosímil, pero una serie de hechos posibilitaron este reencuentro. "Mi abuela… es mala, mala. Mi mamá era hija única, a mi abuela no le quedó ni un familiar vivo, la chica que la cuidaba hasta los 98 años un día me dijo “se acabó, tu abuela es insoportable, te encargás vos”. Ok dije, me tengo que ocupar de esta señora que me odia. La cuido dos veces por semana, tengo que comprarle los remedios. Voy haciendo todo muy organizado para que no me chupen la vida", cuenta Tamara.
La hija de Gustavo Garzón asumió la tarea con la misma responsabilidad con la que desde los 21 años, cuando murió su mamá, ayudó a su papá a cuidar a sus hermanos, Juan y Mariano, que tienen síndrome de down. Pero el afecto con su abuela no llegó tan rápido. Había una historia de rencores que había que dejar atrás. "Mi abuela estaba enojada conmigo, por temas de plata. Además me odiaba porque yo no le había contado lo de la enfermedad de mi mamá pero mi mamá me había pedido que no le contara. Era una señora grande y se la agarró conmigo", dice Tamara. Y agrega: "Yo la veía una vez cada tres meses y me iba de su casa llorando".
"Al principio, cuando me hice cargo, mi abuela estaba muy a disgusto. Yo me ocupaba de ella pero ni la veía. Le compraba lo
que le tenía que comprar, le dejaba los remedios y me iba. Al toque le agarró Covid en el hogar, se puso más débil, se
cayó y se rompió la cadera. Internación, covid, cadera rota, todo con 98 años. Me dijeron “se va a morir” y me agarró una
angustia de perder a una persona con la que no tenía vínculo pero a la vez era la mamá de mi mamá. Todo era muy intenso. Ella estaba muy angustiada porque no quería estar en ese lugar y dejó de comer, hizo como una huelga de hambre. Entonces yo le expliqué por teléfono que tenía que comer y que estaba ahí porque tenía COVID, que es algo que le cuesta entender por más de que yo le hable y le diga que está en todo el mundo. Mientras la convencía por teléfono, se cayó y se quebró la cadera", cuenta Tamara.
Como única familiar viva de Dalia y apiadada por el complicado cuadro de salud de su abuela, Tamara dejó de lado cualquier rencor y le agregó presencia y empatía a los cuidados que le destinaba. "Empecé a ir todos los días al hospital, me vestía de astronauta porque ella tenía covid, me decían ‘se muere’, ’se muere’. Y nos empezamos a acercar. Ahora voy, me tiro a upa de ella, le doy besos, la peino. Ahora soy su hada madrina".
Una linda historia con final feliz que invita a recordar la frase: "No ha mal que dure 100 años".