Por primera vez, Adabel Guerrero abrió su corazón y contó con lujo de detalle lo mal que la pasó hasta hace pocas semanas: fue diagnosticada con depresión y estuvo tan mal que casi no se podía levantar de la cama. Eso, claramente, afectó su pareja de 15 años con Martín Lamela, el padre de su hija Lola (5).
Tan mal estuvo, que recurrió a pastillas antidepresivas. “Estaba muy sacada, violenta y Martín veía esa parte. Se me juntó todo: la maternidad, que me pegó fuerte, sumado a la pandemia, la crisis de mudarme y adaptarme a vivir a 45 kilómetros de la ciudad, con una nena que recién empezaba el jardín y sin niñera. Sentía que tenía todo cargado en mis espaldas y colapsé”, se sinceró en un mano a mano íntimo con Pronto.
"Ahora recién lo puedo contar pero salí hace poco de una depresión muy grande que tuve el año pasado y que me hizo muy mal. Ese también fue el motor por el que decidí crear Alas. Tuve una depresión muy grande y nadie se enteró. Nunca antes me había pasado algo así en la vida. El año pasado caí en una depresión y tuve que tomar antidepresivos durante casi un año. De hecho, hace dos semanas que dejé de tomarlos. Terminé con el tratamiento y el médico me dijo que por ahora no necesito seguir tomándolos", le confió al periodista Nico Peralta.
-¿Por qué nunca antes lo contaste?
-Porque cuando estás en el pozo y te sentís tan mal, hay gente esperando para tirarte tierra y que no salgas más de ahí. Entonces, no conté que estaba deprimida porque me quise proteger y mi marido no sabe que tomé antidepresivos. Ahora que ya no los tengo que tomar, si se entera por esta nota no me importa. Cuando uno está mal, todo se empieza a teñir de gris y mis vínculos principales, incluso con mi marido, se empezaron a poner malos. Por eso el programa de Alas apunta a todo: mente, cuerpo y espíritu.
-¿Cómo que tu marido no se enteró de que estabas tomando antidepresivos?
-Lo oculté. No quería decirle a mi marido que estaba tomando antidepresivos porque me parecía que no tenía por qué enterarse, que era algo mío y que estaba atravesándolo yo acompañada por mi psiquiatra, Andrés Blacké, que es un profesional del carajo. El me ayudó a salir adelante, hice terapia cognitiva conductual y a las pastillas las necesité porque estaba demasiado sacada. Y de lo pasada que estaba, terminaba agotada en cama y sin querer levantarme.
-¿Martín no se daba cuenta de eso?
-Sí. En realidad, yo estaba muy sacada y violenta y él veía esa parte. Pensá que para mí fue el desenlace de un estrés que se me estaba haciendo crónico porque venía de muchas cosas: la maternidad, que todos saben lo fuerte que me pegó y lo que significó para mí sobre todo los primeros meses; a eso se sumó la pandemia y sentía pánico de enfermarme, aislarme y tener que dejar a mi hija; después sufrí la crisis de una mudanza y adaptarme a vivir a 45 kilómetros de la ciudad, con una nena que recién empezaba el jardín, ella con su adaptación y yo sin dejar de trabajar. Entonces, fue un montón y sentía que tenía todo cargado en mis espaldas. Como Martín trabaja mucho y se va muy temprano de casa, yo me tuve que encargar de conseguir a la niñera, adaptarla, que la nena la acepte, irme sin culpa y sin que Lola me llore agarrada de la pierna y muchas cosas más. Fue un montón todo y colapsé.
-¿Te caíste?
-Era inevitable. Llegó un momento en el que me derrumbé porque se veía afectada mi pareja en todo este estrés y lo que mi marido no sabía cuando se iba a las 8 de la mañana a trabajar, era que yo me tiraba en la cama hasta que tenía que salir a buscar a Lola al jardín. ¡No me podía levantar de la cama! De día estaba tirada y de noche tenía que salir de casa para hacer Sex. Si no trabajo, no tengo para pagar el alquiler de mi casa, el jardín de la nena y la obra social más todo lo que hay que pagar. Pero no tenía ganas, me encerraba en el camarín y no quería que me hable nadie. No la pasé bien el año pasado y le decía al psiquiatra: “Tengo muchas cosas hermosas en mi vida pero no las puedo disfrutar porque no doy más”. Era la primera vez en mi vida que no tenía fuerza de voluntad para hacerlo sola. “Te pido que me des algo que me ayude a pasarla mejor”, le pedí y así caí en los antidepresivos. Me dio un estabilizador emocional y me fui sintiendo de a poco mejor. A eso lo acompañé con terapia para mirar todo con otro punto de vista y tomar las cosas de otra manera. Ya, por suerte, no los tomo más y lo puedo contar. Lo digo ahora que ya lo atravesé.
La entrevista completa con Adabel Guerrero está en la edición digital de octubre de revista Pronto, se puede descargar y leer de manera gratuita haciendo click en este link