Es su tercera temporada con la obra Perdida Mente, de José María Muscari, y Ana María Picchio (77) se siente en su salsa actuando en esta comedia dramática con un personaje que siente hecho a su medida. En la pieza, la actriz le da vida a la mucama y ama de llaves que conoce todos los secretos de la casa de una jueza de la Nación (interpretada por Leonor Benedetto), quien de a poco va notando que su cerebro ya no funciona como ella desearía. En el espectáculo, que es tan crudo como real, se habla del Alzheimer y de las relaciones humanas.
“Hace tres años que venimos con esta obra y el verano pasado estuvimos en Mar del Plata. Mi personaje me encanta y me trae muchas satisfacciones porque la gente lo disfruta, llora, se ríe y cuando te esperan en la calle, te dicen: ´Es maravilloso lo que cuentan, a mí me pasó lo mismo con mi hermana, con mi mamá, con mi cuñada o mi suegra´. Te empiezan a contar historias y es todo verdad. Entonces, cuando el teatro es así, tan cercano, te da muchas satisfacciones porque la gente lo vive como propio y vos también. Lo que siente el público, a mí también me pasa todo el tiempo. ¿Quién dice que a nosotros no nos va a pasar lo que le está pasando a la señora, a la protagonista? ¿Quién dice a vos no, a vos sí, a vos no? Qué se yo”, arranca la prestigiosa actriz.
-Estás hablando del Alzheimer, ¿no?
-Sí, claro. Es una enfermedad silenciosa, que empieza despacito y no es que de un día para el otro te levantás con Alzheimer. Te hace tener conductas raras, te vas olvidando de las cosas, se te borran las caras y la gente, desaparecen los nombres pero al otro día de repente te acordás, entonces vas al médico. Hay un estadío anterior al Alzheimer que puede ser por la edad, por situaciones nerviosas o traumáticas que estás pasando y en el medio empezás a fallar. “Ay, me levanté para ir a buscar un no sé qué y ahora no me acuerdo qué era”, decís. Le puede pasar a cualquiera y cuando se cuenta eso en la obra, el público se ríe porque se siente identificado. Y después llora porque es doloroso y todos tenemos un pariente o un conocido al que le pasó eso.
-¿Lo disfrutás?
-Sí, es una obra muy linda de hacer. Mi personaje descontractura y yo amo hacer de la mucama. Ayer un señor me dijo en la puerta: “Qué lindo personaje que le dieron, eh”. Y le respondí: “Me lo elegí yo”.
-¿De verdad?
-Sí. Cuando leí la obra, me habían dado otro personaje pero le comenté a mi hija que no me gustaba, que no la quería hacer. “Decile la verdad, mamá, contá qué te pasa”, me sugirió mi hija pero a mí me daba un poco de calor. El tema es que la obra me gustaba mucho pero no el personaje que me habían propuesto. Se lo comenté a Carlos Rottemberg y él me preguntó qué personaje me gustaría hacer. Leí otra vez la obra y me saltó la mucama. Me viene bien porque trabajo codo a codo con Leonor, a quien conozco del Conservatorio. Tenemos las mismas formas, el mismo estilo.
-¿Habían sido compañeras de estudio?
-No del mismo año, yo estaba primero que ella, pero la enseñanza es la misma. Las dos tenemos el sello del conservatorio. Entonces, nos entendemos mucho en muchos momentos, sobre todo en la primera parte de los ensayos, cuando empezamos. Esa es la parte más difícil para sortear y por suerte tenemos un director que es copado, bueno y no se pelea. Te comprende, te apoya y va para adelante. Estamos bien y eso es lo importante.
-Cambió el elenco en esta nueva temporada.
-Sí. Del elenco original seguimos con Leonor, se fueron Julieta Ortega, Karina K y Patricia Sosa y subieron Mirta Wons, Emilia Mazer e Iliana Calabró. El cambio fue un aire nuevo y fresco que empezó a soplar de nuevo.
-Julieta Ortega es tu ahijada y fue un poco trabajar en familia.
-Sí, claro. Cuando uno trabaja con alguien tan próximo también te ponés un poco nervioso por vos y por el otro. A nosotras nos gustaba salir juntas y sentir en el escenario que estábamos las dos por cualquier cosa que nos pasara. Ahí estamos la una con la otra y eso es una tranquilidad en el escenario. Sí: estar con un pariente en escena es una suerte porque uno se siente más respaldado.
-¿Te acordás cómo te dijeron que ibas a ser la madrina de Julieta y cómo lo tomaste en su momento?
-Estoy pensando… Porque hacía rato que sabía que iba a ser la madrina de ella. Cuando Evangelina Salazar quedó embarazada, me dijo: “Quiero que vos seas la madrina de Julieta”. Y así fue. Con el tiempo ellos se fueron a vivir a Miami pero jamás perdimos el contacto y yo iba muy seguido porque Evangelina me invitaba. Fui con Delfina, mi hija, y nosotras nunca dejamos de vernos. Siempre estuvimos juntitas, con toda la familia. Cuando los chicos eran chiquitos, estuve muy cerca de ellos porque estaba soltera y Evangelina me decía: “Si tal trabajo mucho no te gusta, Anita, no lo hagas. Decime cuánto te van a pagar que yo te lo pago y te quedás con nosotros”. Siempre fue muy generosa y de tener gestos incondicionales conmigo.
-¿Actualmente te seguís frecuentando con ella?
-Sí, claro. Pero ahora por una cuestión de horarios, nos cuesta más. Estuve tres meses en Mar del Plata por la temporada y ahí no nos pudimos ver. Y cuando volví, estuve una semana en Buenos Aires y luego me fui a Europa. Llegué hace pocos días y no enganchamos para vernos. El teatro te deja un poco afuera de las relaciones. Sábados y domingos estoy pendiente de la función. No puedo estar comiendo un asado sabiendo que dentro de dos horas tengo que actuar.
-¿Por qué la dejaste ir a Julieta?
-No la dejé ir. Le dije que no se fuera pero ella tenía muchas cosas que hacer. Julieta quiere hacer muchas cosas y las logra. Entonces, está bien, ve, andá, qué se yo. Aparte nos dimos el lujo de trabajar juntas y ella no se iba a quedar por mí. ¿Qué pavada es esa? No lo hubiera permitido tampoco.
-¿En España fue impresionante la experiencia, no?
-Tengo mis amigas de muchos años en España y cuando voy a Barcelona hago la misma vida que en Buenos Aires. No me excito, no soy una turista que anda revolviendo los museos. Me quedo tranquila, descanso, camino por la calle pero sin sobresaltarme. Hago una vida tranquila, no es una excitación para mí. Es cambiar de aire.
-Me refería a que actuaste en Vis a vis y no todos los días se puede trabajar en una serie tan importante.
-Eso estuvo buenísimo pero fue hace tres años. Fue todo un acontecimiento. Hacía mucho que no trabajaba en España y fue fuerte. La serie en ese momento la veía todo el mundo, era muy importante y estaba un poquito nerviosa. Enseguida me hice amiga de las chicas y me sentí muy cómoda. Ahora no es como antes que tenías que andar contando lo que habías hecho. Ahora ponen tu nombre en un buscador y salta todo. Es mucho más fácil así.
-¿Te reconocen por la calle en Madrid?
-Sí, los argentinos básicamente. Los otros no. La serie se vio mucho y quizás algún español me saludaba pero no tanto porque en el medio sucedió todo lo del covid. Íbamos a presentar la serie en España pero no se pudo hacer por la pandemia. Ya pasó mucho tiempo. Aparte la gente que va por la calle no son solamente los españoles sino japoneses, chinos, asiáticos. Está lleno de chinos por todos lados, más italianos, estadounidenses y mucha gente de otros países. A veces, sentís que estás en Japón. Hace poco me fui a comprar una cartera a un lugar lindo pero estaba lleno de chinos. “¿Dónde estoy, en Barcelona o en China?”, pensaba.
-¿Fuiste a promocionar algo o de paseo?
-Voy siempre a pasear. No tenía nada para promocionar. Me gusta ir a pasear a Barcelona. En lugar de ir a Bariloche que hace frío, me voy a Catalunya y soy feliz.
-¿Elegiste tu personaje de Perdida Mente por tu mamá, que fue mucama?
-Sí, por supuesto. Tiene que ver con empoderar a las personas que hacen algo por vos. De creerles, de tenerles fe, de confiar y darles la llave de los cajones esos que guardan cosas secretas. Cuando tenés una persona fiel al lado, como yo soy con la jueza de la Nación o mi mamá era con su patrona, te creen. La gente empieza a confiar y creer en vos. Entonces, a la persona que le das esa posibilidad, se te hace fiel e incondicional. Nunca te va a traicionar y esa es una relación que me interesa mucho. Aprendí a querer a la gente que trabaja conmigo. A respetarla y confiar en ellos. Me va bárbaro así.
-¿Tu mamá era cocinera en esa casa de familia?
-Sí. Era la cocinera pero a la vez era como una especie de mucama. Iba a los sábados y domingos a cocinar y yo la acompañaba porque era chiquita. Mi papá también trabajaba como chofer para esa familia e iba todos los días. Esa familia fue muy importante para mí porque tanto la señora y el señor como mi mamá, insistían con que yo tenía que ser artista. Pero yo quería ser médica, ya de chiquitita.
-¿Médica?
-Sí porque mi hermana había estado enferma de parálisis infantil y veía que los médicos eran maravillosos porque curaron a mi hermana. Entonces, quería ser eso, no artista. Pero todos me veían condiciones y me mandaron a estudiar declamación al Consejo de Mujeres cuando tenía 10 años. Me iba bien, era muy buena alumna y el hombre de la familia me daba todos los domingos un libro para que lo leyera y al otro domingo se lo tenía que contar. Entonces, lo que siempre digo es que gracias a ese hombre soy lo que soy porque me acostumbró a leer y me formó. Me convertí sin saberlo en una lectora.
-Qué importante lo que contás.
-Es muy importante porque eso no tiene precio. Acostumbrar a un chico a leer es invalorable. Una vez hice una obra, Incendios, dirigida por Sergio Renán, y en un momento mi personaje se quiere ir de la casa porque mi novio me había dejado embarazada y quería irme para seguirlo a él. Entonces, mi abuela me decía: “Para irte de tu casa, lo primero que tenés que hacer es aprender a leer y escribir porque son las herramientas que te van a defender en la vida”. Es verdad. Si uno no lee o no escribe, está perdido y no sos nadie. No te podés enfrentar a nada si no sabés leer o escribir.
-¿La sociedad lee?
-Eso me da pena que cada vez la gente lee menos. Pasa en todos los países. En Catalunya el otro día era el Día del Libro y la gente compraba bolsas y bolsas de libros. Parecía una fiesta de Año Nuevo pero después los diarios se preguntaban si la gente realmente leía los libros que había comprado. Yo creo que no. En todas las casas que conocés de tus amigos, seguro que tienen Borges, Shakespeare o Bioy Casares. ¿Pero quién los lee? No hay costumbre de leer ni apasionamiento por la lectura como sí lo hay por el cine. Porque te enrosca de una manera que no podés dejar de verlo. ¿Y con la lectura por qué no pasa lo mismo? Debería ser un hábito.
-¿Leés todos los días?
-Sí. Todos los días antes de irme a dormir, por ejemplo, leo. Aunque se me cierren los ojos, leo. Y si estoy cansada como un perro, no me importa: agarro el libro que tengo en la mesa de luz y tengo que leer unos renglones porque sino no me duermo.
-Nunca pudiste desarrollar la pasión por la medicina entonces porque te ganó la actriz.
-Sí. A veces la desarrollo en negro, vos no digas nada. Es así: tengo mucha gente que me llama y me dice que le duele tal cosa o que le pasa tal otra. Yo no medico pero recomiendo a qué doctor ir a ver. Siempre que digo que vayan al cardiólogo, la pego. El otro día, mi ex marido se caía a cada rato por la calle pero todos se reían. Yo les dije que no se rieran porque era una cosa muy seria. Lo mandé al cardiólogo y él me retrucó: “¿Cómo voy a ir al cardiólogo, Ana María? ¿Mirá cómo tengo las piernas de caerme? Voy a ir al traumatólogo”. ¿Vos sabés que era una cuestión del corazón? Fijate el instinto que tengo. Hubiera sido una médica maravillosa porque lo único que vi de chica eran médicos que entraban y salían de casa. Mamá los adoraba, les daba de comer, les hacía la comida, les daba regalos.
-Bueno, entre la médica y la actriz hay algo en común: la vocación de servicio.
-Pienso eso también. Dijiste lo que te iba a comentar dentro de un rato: vocación de servicio. El médico trabaja sábados, domingos, lo llaman y se levanta de un asado para ir a atender. Nosotros somos lo mismo. ¿Los artistas qué hacemos? Alegramos el corazón de la gente. Cumplimos un servicio; lo nuestro es eso. Incluso salimos a laburar en medio de la pandemia, como los médicos. Ensayamos con barbijo y no podíamos entrar al camarín de un compañero pero estábamos ahí, en el teatro trabajando.
-¿Por qué te dejaste el look así, con el pelo blanco?
-Porque voy a hacer una película con Eugenio Zanetti y allí voy a hacer de una muerta. Entonces, Zanetti me dijo que me dejara el pelo blanco. ¿Qué me pasa cuando me miro al espejo? No me gusta tanto. Más o menos. Cuando estoy muy maquillada me gusta pero cuando estoy recién levantada me asusto. No me reconozco, parezco una muerta de verdad. Tengo que estar muy pintada para estar interesante. Porque, además, tengo un blanco blanco. No es blanco medio morocho. ¡Es blanco!
-Cuando pase la peli, ¿te vas a volver a teñir?
-No lo sé. Porque ahora ya no me gustan más las mujeres teñidas. Siempre se les ve un poquito del crecimiento y eso me molesta un poco. Recuerdo cuando éramos jóvenes, cada vez que nos encontrábamos con Solita Silveyra, ella me decía: “Mmmm”. Le preguntaba qué le pasaba y ella me decía: “Tenés que hacerte el nacimiento, Ana”. ¡Siempre que me encontraba con ella tenía el pelo que me estaba creciendo el blanco! Me daba una bronca bárbara pero Solita tenía razón. Queda desprolijo. Ahí ya no podés mentir porque saben la edad que tenés y todo. Entonces, no sé si me voy a volver a teñir. Voy a asumir la edad, las canas, las arrugas y me voy a hacer una señora grande interesante. Interesante porque acepta todo lo que le da la vida.
-¿Te pesa el paso del tiempo?
-Ya no. Estoy entregada y que el tiempo haga de mí lo que quiera. Contra el tiempo no se puede luchar, entonces hay que ir a favor de él.
-¿Cómo están tus nietos?
-Enormes, divinos. Tienen 13 años los mellizos Homero y José y Juana, 18. Los veo seguido y hoy, por ejemplo, van a venir a comer a mi casa. La mamá, Delfina, se fue a Cannes porque trabaja con el festival internacional y es la representante argentina en Cannes. Ella arma las películas que vienen para acá en el Gaumont, va todos los años a Francia y los chicos vienen seguido a casa. Si bien se quedan con su papá, quiero ayudar un poco y trato de dar una mano.
-¿Sos una abuela canchera?
-Creo que sí. Canchera pero muy miedosa. Cuando me dejan algo para que cuide, soy terrible. No me dejes nunca nada y me digas cuidame esto porque no salgo ni a la calle para cuidártelo. Es mi sello, siempre fui así.
Por Nicolás Peralta // Fotos: Gentileza agencia AB
La entrevista con Ana María Picchio está en la edición digital de junio de revista Pronto, se puede descargar y leer de manera gratuita haciendo click en este link