Gerardo Romano tuvo dos hijos en distintas etapas de su vida. Lucio, que tiene 36 años y es hijo de la actriz Andrea Bonelli, y Rita, que tiene 17, fruto de su relación con Romina Krasinski y vive en Uruguay. En una entrevista con Pronto, el actor que protagoniza la obra Un judío común y corriente en el Chacarerean Teatre, habló de la paternidad y de su manera de ejercerla con amor pero también con distancia. "Hay una cosa de libertad que de algún modo provoqué. Con algunas carencias que debo haber tenido, más una dificultad para relacionarme, para establecer un vínculo como el que impone el sistema, de tus hijos, una rutina, una orden, una regla. Hay algo de cierto rechazo a la familia convencional. Pero de todas maneras las mujeres que encontré para ser madre de mis hijos son mis amigas, las amo, las quiero, las sigo queriendo, sigo teniendo un vínculo, han sido excelentes madres, han gestado hijos bellísimos, moralmente dotados y con pocos defectos. No quiero ponerme en el lugar de hablar de las defecciones de ellos, como si yo estuviera un plano superior. La verdad que son personas de las que me enorgullezco de haberlas engendrado, no sé cómo se dice en el caso del hombre”.
-Oscar Wilde tiene una frase que dice que “los hijos empiezan por amar a sus padres, después los juzgan y rara vez los perdonan”. ¿A vos tus hijos te reprocharon que por ahí hayas tomado algo de distancia y esto de que no eras una persona tan apegada a la vida familiar?
-Ningún hijo quiere que los padres se separen, si ya partimos de ahí, ya partimos mal, pero si bien no pude evitar el destino, los que sí pude es amarlos mucho y amar mucho a sus madres, aún desde la separación y ser lo más sincero. Creo que si hay algo que podrían aceptar con agrado mis hijos es haberles sido lo más sincero y franco, el haber ido con mis respuestas más allá de sus preguntas. No más allá en términos de desagradarles, sino en términos de si quieren saber más toquen este timbre y saben que este timbre lo pueden tocar y que va la verdad.
-No tenés nietos, ¿te gustaría?
-Así en abstracto estoy mejor sin ser abuelo, pero de algún modo también fantaseo porque amo tanto a mi hijo y a mi hija. Es una concentración de amorosidad tan grande en esto que representa lo que no conozco, que es ser abuelo, cuando engendra vida la persona que has engendrado. Y más que es una etapa existencial también diferente porque estoy llegando a la circularidad de la vida, ahí donde está el carretel, como decía el amigo Cacho Castaña, acá empieza inexorablemente el carretel sin cinta. Ahí se cruzan el río de la vida y tenés que soportar este embate existencial, y superarlo, porque no puede aparecer la contradicción de generar vida para rodearla desde el pesimismo, sino de la misma grandeza, como si hubiera un dios magnánimo. Vivir la vida como si hubiera un dios y ese Dios fuera atento y bueno. Y que pudiéramos comprobar con certeza su existencia.
-¿Y para Romano hay un Dios?
-Más que los motivos para creer son los motivos para descreer. Como dice Primo Levy, “¿dónde estaba Dios en Auschwitz?”. La fe siempre es inculcada por los padres, pero me fui despojando con las primeras contradicciones de la Iglesia, con el descubrimiento de la sexualidad y la esquizofrénica paranoia sádica de prohibir lo que se ejemplifica, de convertir en un tabú aspectos con los que no coincido, que después voy descubriendo en otro sentido.
-Pero separás la institución religiosa en la que claramente no creés de la idea de que quizás exista algún Dios.
-Soy un ateo deseante. No, es que soy parcial, ahora. ¿Cómo me explicaría Auschwitz ese Dios que se viene a tomar un café conmigo? Yo voy por cuerdas separadas, es difícil de explicar el mundo con un Dios porque si es Dios omnipotente, todo lo puede y es omnipresente, está en todos lados, y es omnisciente, sabe todo, y si todo esto condiciona o es condición sine qua non para la deidad, ¿por qué no se ejerce?
-¿Y cómo te llevás con la idea de la muerte? ¿Creés que hay algo más?
-Es el mismo tema, Dios y el más allá. Lo único que tengo claro es que venimos de la nada y volvemos a la nada. Una altísima dosis de efimeridad, porque yo te pido que me nombres gente del 1900 o 1800 y ya estamos listos, sean actores o lo que sea, Lo único que dejamos es Freud, Marx, Jesús, esos genios de la humanidad. Vi unas fotos de Rodolfo Bebán, una estrella si las hay y un gran actor si los hay, de enorme fama, de una carrera envidiable para cualquier artista. Murió en la soledad en un geriátrico creo que con Parkinson. En donde también hay la explicación de contemplarse en la autodegradación del otro, de uno en el espejo. Digo porque el Parkinson no agrega ningún dato nuevo a la decadencia, la acelera. El atrofiamiento neurológico va a incidir en nuestras posibilidades cognoscitivas y es inexorable para todos los seres humanos. Sin embargo, la incertidumbre de saber cuándo se va a producir y cómo se verificará, cuál será el vector para comprobar esto, genera cierto alivio. Distinto cuando sacan el boleto y te dicen, acá ponga el taxi en marcha porque empieza un deterioro especial que es el Parkinson o el Alzheimer.
-Recién mencionabas que venimos de la nada y vamos a la nada, pero en el medio hay una vida. Me gustaría que vos digas cómo te gustaría que te recuerden por esa vida, que vos tuviste y que mucha gente conoció, al menos en parte, porque sos una persona famosa.
-Que mi memoria sea una bendición para los que se acuerdan de mí. Y que guarden respeto los niños que me hayan conocido o las personas inteligentes.