Ricardo Darín, hoy consagrado como uno de los actores más importantes del cine argentino, tiene un rincón de su pasado que recuerda con una mezcla de nostalgia y vergüenza. Fue a finales de los años setenta, cuando su rostro juvenil y carismático era el centro de la atención de una generación entera de adolescentes. En medio de esa fiebre de popularidad, Darín aceptó un proyecto que lo haría reflexionar durante años: grabar un disco de poemas.
Por entonces, Darín protagonizaba películas como Los éxitos del amor, La carpa del amor, La playa del amor y La discoteca del amor, producciones diseñadas para explotar el fenómeno juvenil y la figura del actor como galán del momento. Las salas de cine se llenaban de jóvenes que suspiraban por él, y los productores de Microfón, la compañía detrás de las películas, decidieron llevar su imagen más allá.
“Se les ocurrió a unas mentes iluminadas,” recordó Darín años después, con la ironía que lo caracteriza. La propuesta inicial era que grabara un disco cantado, pero el joven actor no sabía ni tenía intención de aprender a cantar. Rechazó las clases de canto que le ofrecieron, aunque no pudo esquivar la idea por completo. Entonces surgió el plan B: si no podía cantar, al menos podía recitar. Así nació la idea del disco de poemas.
Con 22 años, Darín se sumergió en el proyecto. “Me copé y me encerraba en un bar a escribir todo lo que se me venía a la cabeza”, confesó tiempo después. Lo que siguió fue un intento por convertir su voz y su popularidad en un éxito de ventas, siguiendo la línea de otros artistas de la época que habían hecho discos similares, como Roberto Vicario u Omar Cerasuolo.
El proceso de grabación fue, en sus palabras, una experiencia “extraña”. Aunque el disco tuvo una recepción modesta, Darín no pudo evitar sentir cierto bochorno por el resultado. “Era algo tan raro...”, admitió. Para un joven que apenas comenzaba a entender el mundo del espectáculo, la experiencia fue más un experimento que un proyecto con sentido artístico.
En esos años, Martita, su novia de entonces, fue su gran compañera. “Ella era divina, siempre a mi lado”, dijo sobre esa época. Martita fue testigo de un Ricardo Darín en plena transformación, entre el galán juvenil que hacía gritar a las multitudes y el hombre que luego se convertiría en uno de los grandes nombres del cine.
Hoy, Darín recuerda aquella etapa con humor, pero también con un poco de sonrojo. El disco de poemas quedó como una curiosidad en su carrera, una anécdota que refleja lo impredecible de los inicios en el mundo del espectáculo. Aunque no se arrepiente, sí admite que es uno de esos momentos que, si pudiera, dejaría bajo llave en el cajón de los recuerdos.