Durante más de 40 años, Claudio Rissi generó toda clase de sentimientos en el público gracias a la construcción de personajes que, en su gran mayoría, eran villanos detestables.
Su trabajo siempre fue impecable, prolijo, minucioso y con una disciplina que traspasaba la pantalla y tocaba las fibras más íntimas de la gente. Sin dudas fue su rol de Mario Borges, en El Marginal, el que le permitió alcanzar niveles impensados de popularidad y un reconocimiento extra en el medio y entre sus colegas.
Pero lo que pocos sabían era que detrás de esos personajes nefastos se escondía una persona sensible con un pasado durísimo. Desde muy chico tuvo que sobreponerse a un padre violento, que lo agredía verbal y físicamente. En una entrevista con Revista Pronto, admitió que ese vínculo lo marcó para siempre: "Me descalificaba tanto que me hizo muy inseguro, me hice rebelde por él. Además, era jugador pero me di cuenta de grande. Mi mamá fue una mujer muy sufrida".
Rissi se armó un mundo paralelo gracias a la actuación y gracias a eso, empezó a buscar un nuevo camino. Sin embargo, su padre jamás lo aceptó. "Se murió sin querer ir a verme actuar. Todavía no pude perdonarlo. Recién ahora, de grande, estoy aceptando algunas cuestiones pero no pude sanarlo".
Lo que vino después, tampoco fue sencillo. "Mi madre murió justo 9 meses después de Mónica, mi mujer. Yo a ella la había conocido en el conservatorio, para mi fue amor a primera vista. Era una princesa y yo un reo, un atorrante. Su familia al principio no me aceptaba pero después me terminaron amando. Estuvimos juntos 7 años y después nos distanciamos pero mantuvimos un vínculo desde otro lugar. Fue el gran amor de mi vida y cuando murió, yo no tenía ni ganas de seguir viviendo".
Con Mónica fue la única vez que soñó con formar su familia: "Ella quedó embarazada y lo perdió en el escenario, mientras actuaba en Doña Rosita la soltera. Sintió el desprendimiento en escena; era un embarazo reciente. Fue un golpe duro pero éramos jóvenes y sabíamos que teníamos posibilidades más adelante. Pero no volvimos a buscar".
La tristeza del doble duelo se transformó en una depresión seria: "Viví mucho de prestado y hasta dormí en la calle. Una noche llegué a dormir en el colectivo 60 porque no tenía ningún lugar donde parar. Cuando estuve en crisis y sin ganas de vivir, era más compulsivo, la droga estuvo presente pero por suerte, no llegué a hacerme adicto. Mi peor año fue el ‘94, cuando murieron Mónica y mi vieja".
Al final, tocó fondo: "Estaba todo el día encerrado, no salía a la calle, pasaba todo el día con las persianas bajas y no salía ni al jardín. Pasé meses así... pensé en suicidarme porque solo quería terminar con el sufrimiento, con el dolor. Cruzaba las vías del tren sin mirar, no me importaba si me pisaba un tren. Estaba en una depresión enorme. Pude salir cuando me llamaron para trabajar en Poliladron".