Esta semana Graciela Alfano volvió a ser noticia. Se supo que rompió con Carlos Bustin, su novio uruguayo, pero ella lejos de andar “llorando por los rincones” se mostró tan radiante como despreocupada. Con el pelo mojado y una bikini triángulo tradicional dejó bien en claro por qué durante décadas fue el sueño de muchos hombres y la ídola de muchas mujeres. Con 72 años volvió a mostrar que es dueña de su vida y de sus decisiones. Sin embargo esta mujer que con su belleza y actitud es capaz de convencer a un esquimal de comprar hielo vivió una infancia triste y llena de sinsabores.
“Si mi vida fuera una película se llamaría Desde la trinchera. El guión debería ser de Quentín Tarantino. Pasé de todo. Me dieron muchos tortazos, y los agradezco porque aprendí. Ahora estoy plantada de otra manera. La comodidad genera debilidad y yo siempre estoy un poco incómoda”, decía en Clarín allá por 1995. Es que la que para muchos es la mujer más linda de la Argentina fue una nena que no sabía lo que era el amor de una mamá ni de un papá.
Desde que fue coronada Miss Siete Días en 1971, la Alfano protagonizó cerca de 500 portadas de revistas y más de 2000 notas. Simpática, locuaz, desprejuiciada sin embargo si le preguntaban sobre su familia hacia un breve silencio para luego asegurar que era funcional y maravillosa. Si la consulta era acerca de sus padres, se limitaba a decir nombre y oficio. Después rápidamente pasaba al colegio donde había sido medalla de oro, la mejor alumna. No mentía, pero omitía información.
Esa omisión era su forma de ocultar o quizás olvidar el dolor al recordarse esa nena infeliz, abusada y abandonada. Sus padres estuvieron 14 años juntos pero cuando ella nació, el hombre se había ido a vivir a Chaco y su madre se había quedado en Buenos Aires. “Al residir en Resistencia, al estar tanto tiempo ahí, ya había desarrollado un vínculo con otra mujer. Y mi madre también se había puesto de novia con otra persona. Pero ella tenía una cosa manipulativa muy fuerte y quedó embarazada de mí. Yo fui un instrumento para la manipulación y el uso de esa relación, que ya había terminado cuando yo nací”, contó la Alfano en una entrevista en carne viva con los periodistas Milton Del Moral y Mariana Dhabar.
Su mamá, Lilly, no era un ser amoroso sino una persona narcisista y cruel, tanto que festejaba su cumpleaños pero no el de su hija. “Yo era un artículo, un objeto de uso, de manipulación. Entonces cuando se tenía que ir un fin de semana con su pareja, por ejemplo, se iba y yo me quedaba en mi casa siendo muy chiquitita. No éramos pobres, no sufrí abandono de recursos, yo padecí abandono de persona”.
Graciela tenía solo cuatro años y su mamá la dejaba sola. Si tenía hambre se acercaba hasta la heladera. “Me comía una lata de leche condensada en un fin de semana. Y trataba de ver cómo comer un huevo. Me acuerdo que se me caían al piso y se me rompían hasta que aprendí a hacerles un agujerito con un cuchillito y me los comía crudos”. De esa época solo recuerda con ternura su primera decepción amorosa. Le gustaba un compañerito de Jardín llamado Ricardo, pero él miraba a Violeta que tenía el pelo muy corto y Graciela adjudicó a sus trencitas la causa del desamor. Decidida se las cortó con una tijera de plástico.
Si su compañero fue ternura su vecino fue el horror. Su madre, muchas veces, no iba a buscarla a la salida del colegio sino que lo hacía un vecino. No había dejado el delantal a cuadritos cuando el hombre que debía cuidarla abusó de ella. “Pasó de las caricias, los mimos en la cabeza, los cariños que se le pueden hacer a un niño, a la genitalidad, a tocarme de la manera que quisiera”. A los siete años se animó a contárselo a su papá que las mudó a otro barrio.
El vínculo con su mamá era tan especial como peligroso. Hizo que ingresara tres veces al quirófano antes de que cumpliera siete años: “A los cuatro me extirparon el apéndice. A los cinco las amígdalas. Sin anestesia eh, sentada, te las sacaban así. Y a los siete fue lo de la pierna”, recordó. El apéndice y las amígdalas estaban sanas y casi pierde su pierna izquierda por una supuesta inflamación severa. En cada cirugía o internación había un común denominador: la aparición de su padre.
Carmelo Alfano, ese papá que aparecía cuando ella lo necesitaba se suicidó cuando Graciela tenía 8 años. Su padre murió en Resistencia el 14 de mayo de 1965. Según contó en Infobae, el hombre estaba trabajando en el catastro de la ciudad capital de Chaco y le caso se calificó como suicidio. Según las sospechas y los registros de época, había sido diagnosticado con un desorden mental. Sin embargo, ella asegura que fue un asesinato: el calibre de las balas que provocaron su muerte no coincidían con el de las armas que se encontraron ni con las que había en su casa -solía cazar en las inmediaciones de su propiedad, decorada con cabezas de animales embalsamadas-. Cuando fueron a recoger el cadáver con su madre, desde el juzgado le aconsejaron: “Señora, usted tiene una hija. Por favor, olvídese de esto y llévese a su marido muerto”.
Esa niña triste se convirtió en una mujer bellísima. Fue amada, deseada, idolatrada, exitosa y poderosa, pero se despojaba de todo en la Navidad cuando para visitar en secreto el Hospital de Niños, preguntar qué necesitaban y llevar alguna donación.
Cuentan que en griego la palabra 'nostalgia' significa 'dolor por una vieja herida' y se siente como una punzada en el corazón, mucho más poderosa que la memoria. Esta Graciela Alfano espléndida en Punta del Este muestra que es una persona vital pero jamás nostálgica.