"Cuando hice televisión en España me preguntaron por qué no me quedaba a vivir allá. 'Porque en España no hay paraísos', contesté casi sin pensar. El tipo pensó que me refería a las dificultades de allá, pero yo le hablaba de los árboles de mi infancia. Creo que no podría vivir afuera. Añoraría hasta los árboles", así era Hugo Arana, un actor talentoso pero tambien hombre buenazo que sabía que el paraíso se encontraba en uno más que en los demás. Su infancia fue modesta y tuvo mucho de nómade, su papá era casero de una casa quinta en Monte Grande y al venir a Buenos Aires se instalaron primero en Lomas de Zamora, después a Temperley hasta que finalmente desde los 11 años en adelante se quedaron a vivir en Lanús. A esa edad se puso a trabajar para aportar unos pesos a un hogar donde se trabajaba mucho y se ganaba poco.
"Le llevaba los zapatos a un zapatero, me tomaba el tranvía con dos bolsos de arpillera y llevaba allí el calzado para que le cosieran la media suela. Salía a laburar porque había que ayudar en casa. Mi viejo Luis trabajaba todo el día y mi madre, María Magdalena, hacía de todo en casa y además cosía para el barrio", contaba sin enojos en PRONTO. La vida siguió con un colegio secundario que tuvo que dejar en tercer año para ponerse a trabajar y 23 oficios recorridos. Fue cadete de sedería, jugó al fútbol en Lanús y también al billar, pasó por carpinterías, fábricas de mesa de TV y de chocolatines. Siempre le gustó el trabajo manual. Hasta los últimos tiempos le encantaba hacer cosas artesanales como muebles para él era una buena terapia. En una oportunidad fue facturador de pescado en el mercado de Barracas. Estuvo tres meses. El laburo era casi una beca, pero él tenía que cumplir horario. Estaba solo en una oficina con teléfono, pero no lo aguantó. Se aburrió. El trabajo era solo papeles y números.
Un día fue al Centro a comprar tornillos y vio un cartel que decía: Hágase actor, centro experimental cinematográfico. “Me quedé como helado. Yo nunca había visto teatro aunque me gustaba mucho el cine. Estaba desesperado por hacer algo en mi vida”. El día que cumplió 22 años, el 23 de julio del 65 se regaló la inscripción a la escuela. “Yo no tenía ni idea de actuación, pero a los pocos meses ya estaba con un papelito en un escenario en una obra sobre Lee Harvey Oswald, interpretado por Enrique Liporace. Y sentí: nadie me saca más de acá. Era la primera vez que algo me importaba”.
Del Instituto Experimental Cinematográfico pasó a estudiar teatro en serio, como lo llamaba él, con Marcelo Lavalle en el Instituto de Arte Moderno. No había tenido antecedentes actorales en su familia. Tampoco jamás había actuado en la escuela, pero comenzó a caminar y sin saberlo, también a dejar huella.
Arana estuvo en dos de las tres películas argentinas nominadas para el Óscar, La Tregua y La Historia Oficial, pero su debut fue en esa película que hasta había que ver todos los años a mediados de agosto, El Santo de la Espada. En teatro hizo El Invitado, Sueños de un Náufrago, La Vuelta al Hogar y otros tantos trabajos fabulosos.
En televisión también trabajó mucho y bien. Estuvo en el primer ciclo de Matrimonios, en Los Hermanos Torterolo, debutó en una obra de Nené Cascallar, El Amor Tiene Cara de Mujer, y logró su primer protagónico, El Groncho y la Dama junto a Cristina del Valle. Además personificó a Huguito Araña, que repetía el estereotipo de homosexual afeminado de esa época. El personaje nació en 1982 en plena dictadura y los militares lo quisieron prohibir por considerarlo “un mal ejemplo”. La solución fue “casar” al personaje con el de la actriz Mónica Gonzaga, pero manteniendo su identidad sexual.
Durante 15 años vivió en gran medida gracias al vino. Bueno, en realidad, una empresa le pagó un sueldo para que fuera su artista publicitario exclusivo. Eran épocas de escarpines y Paul Anka de fondo. Gracias a esa serie de publicidades, Hugo Arana se hizo famoso. "Al principio me negaba, yo quería hacer teatro”, solía relatar “pero recordé que Ulises Dumont protagonizaba un comercial de hojas de afeitar y Norman Brisky otro de calefones y acepté. Tranquilicé mi conciencia, en realidad la manipulé", remataba con picardía.
La historia era tan simple como bien contada. Una mujer llama por teléfono ¡fijo! a su marido para avisarle que para cenar serán tres. El hombre llega a su casa pero no ve a nadie. Hasta que en la mesa observa un par de escarpines, no dice nada, pero su cara dice todo. "No hubo ensayo. Jusid me dijo: 'Tirate a hacer lo que quieras, te asustás, te reís, lo que venga'". Así lo hizo. El comercial estalló. En tiempos donde la palabra viral no existía ,en 15 días, 15 millones de personas vieron el comercial. “Lo pasaban en cuatro canales. Me subía al colectivo y la gente me aplaudía. Andaba por la calle y hacían el gestito de caminar con los escarpines. Todavía algunas personas lo repiten al verme", recordaba.
Cuando no trabajaba seguía siendo ese hombre sencillo, humilde y buenazo querido por todos. “No tengo placeres complicados, me gusta jugar y ver fútbol, el cine es mi pasión y la ceremonia empieza desde que me siento en la butaca. Hacer asados bajo los eucaliptos, ir al campo y recordar mi infancia, será porque cuando era chiquitito el placer existía siempre, todas mis necesidades estaban abastecidas”.
Su gran y único amor fue Marzenka Novak, la conoció en el teatro cuando él tenía 25 años y estuvieron juntos 44. Ella era tan bella como sorprendente, polaca de nacimiento, con un padre líder de la resistencia que actuaba en la clandestinidad contra los nazis, refinada, jamás se le escapaba un insulto y él era una mezcla de atorrante, ternura y arrabal. Pasaron un dolor enorme cuando falleció el primer hijo que tuvieron de apenas unos meses pero llegó Juan Gonzalo que les hizo no olvidar el dolor pero al menos mitigarlo.
Cuando Marzenka falleció en el 2011, a Arana le quedó una tristeza gigante que jamás se le fue de sus ojos y su alma. ¿Extrañás la vida en pareja?, le preguntaban. “Extraño a mi esposa”, contestaba él atravesado por la pena. En Pronto reflexionaba “Cuesta, fueron 44 años juntos, una bellísima pareja tuvimos, hay una ausencia presente. La siento todo el tiempo. a extraño en momentos especiales, en los que digo, ‘uy, esto me gustaría charlando con Marzenka. La extraño, obvio, y por cualquier cosa, una foto, un libro, un amigo, todo es detonante del recuerdo”.
En el 2016 vivió un episodio tragicómico. Estaba de gira con un espectáculo por Santa Fe cuando se viralizó la noticia de que había fallecido. “Me da risa porque me llamó mucha gente preocupada y hasta me han dicho que pasaron media hora llorando antes de atreverse a llamarme. Un horror”, compartió en Pronto y sin perder el humor contaba que “había terminado la función en Santa Fe y me entró un mensaje de Pablo Echarri que decía, ‘Hugo disculpame, pero estoy un poco preocupado. ¿Me podrías confirmar si estás vivo o no? Si llegás a estar vivo, no hace falta que me contestes. Deja. De lo contrario, por favor, comunícate. Gracias”. Entonces le respondí “Pablo, te contesto desde el más allá… de la General Paz. Estoy en Santa Fe actuando, estoy vivo y hay gente que se lo cree acá porque hicimos función. Seguiré actuando. Gracias, querido”.
Arana falleció el 11 de octubre del 2020. Tenía 77 años. Había sido hospitalizado por un accidente doméstico y fue diagnosticado con coronavirus. Las restricciones de la pandemia impidieron que uno de los actores más queridos por los actores pudieran acercarse a despedirlo. Solo unos pocos familiares pudieron ir hasta el cementerio de la Chacarita a decirle adiós. Cuando su primer hijito falleció, el segundo le preguntó qué había pasado con su cuerpito. “El cuerpito roto está enterrado, pero su sonrisa y su mirada se fueron al cielo”, le respondió. Seguramente la sonrisa y la mirada de Hugo Arana se fueron al cielo, pero los que disfrutamos de su talento cerramos los ojos y todavía lo extrañamos en la tierra.
Colaboró en la búsqueda y selección del material de archivo Thiago Ferreyra