La Argentina está conmocionada por la triste muerte de Mila, la hija de Tomás Yankelevich y nieta de Cris Morena y Gustavo Yankelevich. Al pensar en el dolor que atraviesa la familia no se puede menos que recordar la otra gran tragedia que atravesaron. El 28 de septiembre de 2010, la muerte de Romina Yan conmovió a todo un país. Con apenas 36 años, dejó un vacío enorme en su familia, sus amigos y en generaciones enteras que crecieron con ella. Su partida fue sorpresiva, injusta y todavía hoy provoca preguntas sin respuestas.
Romina estaba en un momento pleno: feliz como mujer, artista, hija y sobre todo, como mamá de Franco, Valentín y Azul. En cada entrevista hablaba de ellos con orgullo. Su maternidad fue el gran eje de su vida.
Si ser madre le fluía con naturalidad, ser “hija de” no le resultó tan sencillo. En la adolescencia le costó convivir con la popularidad de su mamá, Cris Morena, que por entonces brillaba en Mesa de noticias. Romina odiaba que le pidieran autógrafos y sentía que debía compartir a su madre con todo el mundo. Aun así, cuando Cris comenzó a crear Jugate conmigo, Romina decidió presentarse al casting sin decir quién era. Fue elegida por mérito propio y recién entonces se reveló su identidad.
Compaginaba grabaciones que terminaban de madrugada con jornadas escolares dobles. “Fue lindo, pero sacrificado”, decía. Por esa época también atravesó trastornos alimentarios: “Cuando empecé en Jugate tenía problemas de anorexia y después me fui para el otro lado. No podía encontrar un equilibrio”, reveló en una entrevista de 1996.
Luego vinieron Quereme, Mi cuñado y Chiquititas, un proyecto que le propuso su papá, Gustavo Yankelevich. Dudó, pero aceptó porque le costaba decirle que no. El vínculo con su padre fue profundo e incondicional. “Amo a mi papá con locura”, decía Romina, y Gustavo no se quedaba atrás: “Ro no tiene idea de cuánto la quiero”. Él reconocía con dolor que no supo cómo ayudarla con la anorexia, hasta que una terapeuta le dijo: “Lo único que ella está esperando de vos es amor”. Desde entonces, cambió su forma de trabajar y priorizó estar con ella.
Con Cris también tuvo una relación fuerte, aunque distinta. En 1994 contaba: “Tiene una personalidad muy fuerte. Me pone límites como cualquier madre”. Más adelante, Romina valoró esa exigencia y, con la llegada de sus hijos, la relación entre ambas creció: Cris se convirtió en una abuela presente y adorada.
Romina nunca negó sus privilegios: “Obvio que trabajo porque soy la hija de. Pero lo disfruto y sé que me contienen”. Sin embargo, su carisma y entrega fueron lo que la hicieron única. Su éxito con Chiquititas fue abrumador: discos que vendieron casi un millón de copias, funciones teatrales con más de 500 mil espectadores y un fenómeno que cruzó fronteras.
Aun con esa popularidad, se mantenía sencilla. “Sé que no tengo el mejor cuerpo, ni soy alta, pero la gente me acepta como soy. Eso es increíble”. Era la primera en llegar al set, se sabía la letra y ayudaba a sus compañeros a lucirse. “Desde que me casé, mi prioridad es mi familia”, decía con firmeza.
Si trabajaba, se levantaba temprano para desayunar con sus hijos. Si había un acto escolar, reorganizaba todo. “Mis hijos son un regalo, un milagro. Siempre soñé con ser mamá”, decía. Le encantaba que ahora la llamaran “la mamá de”, en lugar de “la hija de”.
Prefería estar en su casa que en eventos. “A veces Valentín me dice ‘Hola, bombonazo’, y pienso: ya está, esto es la felicidad”. Su frase favorita era una que repetía su papá: Amanece que no es poco. “Me hace bien escucharla”.
En cada paso que dio, Romina priorizó el amor y la familia. Por eso se convirtió en ese “Rinconcito de luz” que tanto transmitía desde la ficción. Hoy todos los Yankelevich y Cris Morena vuelven a vivir una tragedia enorme que muestra la cara más cruel de la vida. Ojalá puedan encontrar fuerzas para seguir andando en medio de este dolor infinito