La imagen parecía sacada de una postal: Gustavo Yankelevich paseaba por Roma junto a su pareja, Rosella della Giovampaola, disfrutando de unos días de descanso y romance en la capital italiana. Entre calles empedradas, monumentos históricos y cenas inolvidables, el productor vivía un momento de plenitud, sin imaginar que, a miles de kilómetros, su mundo estaba a punto de quebrarse para siempre.
Mientras la vida seguía su curso en Roma, en Argentina se gestaba una noticia imposible de asimilar. Mila, su nieta de apenas siete años, hija de Tomás Yankelevich y Sofía Reca, perdió la vida de forma inesperada. En cuestión de horas, la felicidad quedó suspendida en el tiempo y dio paso a un dolor profundo que atravesó a toda una familia y que conmovió a la industria del entretenimiento.
El contraste entre la alegría de ese viaje y la tragedia posterior resulta difícil de procesar. Gustavo Yankelevich, que había elegido el silencio de unas vacaciones, tuvo que enfrentar el ruido ensordecedor de la pérdida más injusta. No hay palabras ni explicaciones para la muerte de un niño; solo queda el vacío, la incredulidad y una herida que no cierra. En cuanto supo lo sucedido, no dudó: abandonó Roma de inmediato y tomó un vuelo hacia Miami, donde su hijo se encontraba junto a Sofía y el resto de la familia.
En estos días, Gustavo se refugia en el silencio, rodeado de los suyos. La familia Yankelevich, conocida por mantenerse unida en cada desafío, enfrenta este golpe con la misma fortaleza que mostró años atrás, cuando la muerte de Romina Yan, hija de Gustavo y Cris Morena, marcó un antes y un después. Quienes conocen de cerca al productor aseguran que está sostenido por el amor incondicional de amigos y seres queridos, mientras intenta procesar una ausencia imposible de llenar.
La tragedia de Mila recordó a muchos lo efímera que puede ser la vida. Lo que para Gustavo Yankelevich era un viaje de descanso se transformó en un regreso urgente, cargado de preguntas sin respuesta. La imagen feliz en Roma quedó congelada como testigo de un instante que ya no volverá. Ahora, la familia se abraza en el dolor, intentando encontrar fuerzas para atravesar un duelo que duele incluso a quienes no los conocen personalmente.
En medio de tanto silencio y respeto, queda flotando una certeza: la vida no avisa. Y a veces, la postal más luminosa puede ocultar la sombra de lo impensable. Para Gustavo Yankelevich, Roma siempre recordará aquel último momento de paz antes de la tormenta.