El nombre de Michael Fox estará para siempre asociado a Marty, ese adolescente que andaba en patineta mientras iba y venía en el tiempo gracias al invento de un científico alocado. Durante años quedó encasillado en papeles de eterno adolescente y cuando pensó que ese era su peor problema le diagnosticaron la enfermedad de Parkinson. Lo que parecía un final se transformó en comienzo. Treinta años después del diagnóstico y con 63 años recién cumplidos sigue peleando por encontrar la cura de su condición mientras desde sus redes y junto a Christopher Lloyd promociona y vende productos de Volver al futuro.
Michael Andrew Fox nació en Edmonton, una ciudad canadiense. Su mamá, Phyllis era actriz y su papá, William, un oficial de policía. El trabajo del padre obligaba a la familia a mudarse constantemente. Vaya a saber si porque no le gustaban las mudanzas ni el oficio paterno, Michael decidió que no sería policía como su papá sino actor como su mamá. Simpático, bromista e infatigable –“No sé lo que estar quieto, nunca lo supe”, suele recordar- no había terminado la secundaria cuando a los 15 años consiguió su primer trabajo en Leo y yo, una serie de la televisión canadiense. Aunque su país es inmenso, Michael sabía que la gran industria del espectáculo estaba cruzando la frontera: decidió probar suerte en Hollywood.
Con 18 años y tres mil dólares en el bolsillo, se despidió de sus padres y marchó a Los Ángeles. Pero el “gran sueño americano” tuvo inicios de pesadilla. Durante dos años no logró conseguir ni siquiera un bolo. Su metro sesenta y tres y su rostro aniñado no llamaba la atención de productores. "Nunca veremos su cara en un poster", aseguró Brandon Tartikoff, presidente de la cadena NBC. Rebotando de prueba en prueba y con las cuentas en rojo estaba a punto de volver a su país cuando Fox decidió asistir a una última prueba. Era para la comedia televisiva Enredos de familia. Cuando quedó elegido pidió plata prestada y festejó cenando solo una modesta comida en un restaurant.
Fox no lo sabía pero esa serie cambiaría su vida. Interpretó a Alex Keaton, el hijo conservador y atildado de un matrimonio progresista de ex hippies. “Fue como si el hada madrina me hubiese tocado con la varita mágica”, admite de ese programa. Su rostro empezó a ser conocido y reconocido y la predicción de Tartikoff se convirtió en fallido. Fox ya era chico del póster.
Mientras Fox brillaba en Enredos, el director estadounidense Robert Zemeckis conseguía el aval de Universal Studios para filmar Volver al futuro. Cuando se inició el proyecto, solo un actor le parecía adecuado para el papel de Marty: Michael J. Fox. Sus rasgos de adolescente eterno le permitían, con 24 años, encarnar un chico de 16. Pero no solo era su cara sino también su talento. “Es un gran actor, tiene un fabuloso sentido de la sincronización de la comedia”, explicaba Zemeckis “Será perfecto para el papel. Él es un hombre común. Es accesible como actor. Es simpático. Es chistoso”. El actor aceptó la propuesta pero el que no la aceptó fue David Goldberg, el productor ejecutivo de la serie, porque quería que su estrella solo se enfocara en su programa.
Descartado Fox, se eligió a Eric Stoltz, un actor con aspecto rebelde que había logrado bastante reconocimiento. Comenzaron a filmar pero a las tres semanas descubrieron que Stoltz estaba destrozando a Marty. “Actuaba su papel de manera muy dramática y creía que el filme en realidad era una tragedia, no una comedia”, explicaría Gale. Aunque era buen actor le faltaba ese guiño divertido, picaresco y caradura que emanaba Fox.
Con la fecha de estreno acercándose los realizadores despidieron a Stoltz y volvieron a convocarlo. Para que los productores de la serie lo autorizaran,el actor aceptó trabajar cuando terminaban las grabaciones de Enredos. A las cinco de la tarde salía del set televisivo y las seis ya estaba en los de Volver donde trabajaba hasta las dos de la madrugada. Durante las semanas que duró el rodaje durmió apenas cuatro horas diarias.
Lo que sigue es conocido. Volver al futuro lo llevó sin escalas a la fama global y transformó su interesante cuenta bancaria en una fortuna. Siguieron películas como El secreto de mi éxito y Muchacho lobo que no rompieron taquillas. “Es ridículo pensar que todas mis películas recaudarán 500 millones de dólares”, se defendía. Intentó dejar el tono de comedia para meterse en papeles dramáticos y así estuvo en Pecados de guerra, Luces de la gran ciudad y Destino de gloria que pasaron casi inadvertidas.
Con 29 años Fox parecía que se sumaba al grupo de los actores pasados de moda que ya integraban Molly Ringwald y Rob Lowe. Ante la falta de propuestas interesantes y como el dinero no era un problema en su vida decidió retirarse a vivir en un campo de 50 hectáreas juntos a su esposa Tracy y su hijo, Sam. “Es el estilo de vida que quiero” afirmaba y quizá porque en su cuenta sobraban concluía con un “No me interesa para nada correr detrás del dólar”.
En 1991, Fox filmaba Doctor Hollywood y notó un desconocido temblor en su meñique izquierdo. Atribuyó el temblor a la resaca por el exceso de alcohol de la noche anterior pero los días siguientes continuaron. Decidió consultar a un neurólogo. Después de una serie de interconsultas con especialistas escuchó el devastador diagnóstico: mal de Parkinson, una enfermedad neurodegenerativa e incurable que suele aparecer en personas de edad avanzada.
Fox sintió que la angustia lo ahogaba y decidió ahogarla con lo que ya conocía: mucho alcohol. Una mañana se despertó en el sofá rodeado de latas de cerveza y apestando a alcohol. Su hijo lo invitó a jugar, intentó incorporarse pero no pudo y no por el Parkinson. Apoyada en el marco de la puerta, Tracy lo observaba. En su mirada no había dolor ni compasión, tampoco furia o enojo. Había desinterés y ya se sabe que lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia.
La mirada indiferente de su mujer le produjo un quiebre. Como él mismo contó, ese mismo día entró en tratamiento contra el alcohol, empezó terapia y comenzó a asumir su enfermedad. Años después desdramatizaría “A causa de mi trastorno a veces pierdo el equilibrio y arrastro las palabras. A veces me choco con la pared y no recuerdo el nombre de la gente. ¿Por qué iba a querer beber para estar en un estado en el que ya vivo?”.
Durante siete años siguió trabajando y ocultando su afección. Fue parte de las películas Stuart Little, El presidente y Miss Wade y durante siete años protagonizó la serie Spin City. No solo se dedicó a trabajar también decidió agrandar la familia y en 1995 nacieron las mellizas Aquinnah y Schuyler. “Crecieron con esto. Es lo único que conocen, y creo que si les pidieras que me describieran, el hecho de que padezco Parkinson sería la novena cosa que nombrarían".
Para mejorar su condición aceptó someterse a una cirugía cerebral llamada talamotomía. Si salía bien tenía un 90 por ciento de posibilidades de reducir los temblores, pero si salía mal tenía un 10 de posibilidades de quedar en coma o morir. La operación fue exitosa y Fox lo confirmó con humor. “Antes de operarme podía batir un trago de margarita en cinco segundos”, contó en alusión a la disminución de los temblores.
Poco a poco se se animó a hablar de su enfermedad en distintas entrevistas. “No quiero quejarme. A esta altura me gustaría que alguien me diera una pastilla mágica que hiciera que desapareciera. Sé que ahora eso es imposible, pero creo que para cuando tenga 50 años habrá una cura. Ahora tengo 38, así que cuento con 12 años para ganar esta apuesta” y aseguró que a lo que le tenía más miedo no era al dolor ni al olvido sino “a la lástima de la gente”.
Convencido de que “la lástima es una forma de abuso” decidió que nadie lo miraría con pena. Se puso al frente de la fundación The Michael J. Fox Foundation para tratar de encontrar una cura. Lejos de ocultarse siguió trabajando. En la serie The Good Wife fue el intrigante Louis Canning. En 2013 sorprendió a todos cuando anunció que protagonizaría The Michael J Fox Show una sitcom que tomaba en clave de humor su afección. Cuando le preguntaron si su intención era reírse de él contestó que “Simplemente quiero mostrar a un tipo capaz de mirar a su vida con humor”. O simplemente exteriorizar “la rabia profunda de una buena manera”. Asegura que puede interpretar cualquier personaje “siempre y cuando tenga Parkinson”.
Con 63 años cumplidos el domingo pasado, su sueño de haber encontrado una cura a los 50 no se cumplió. Pero él no baja los brazos. Como dijo alguna vez “El final no será muy lindo, pero igual estoy agradecido. Todo esto me hizo más fuerte, un millón de veces más sabio y también más compasivo. Ahora sé que soy vulnerable, no importa cuantos premios haya ganado o cuan grandes sean mis cuentas de banco. Al final, todos morimos. Una vez aceptado eso, solo nos queda vivir”.