“La elegancia no es hacerse notar, sino hacerse recordar”. La frase que Giorgio Armani repitió durante décadas resume la esencia de su obra y hoy cobra un significado conmovedor: el diseñador italiano murió este jueves 4 de septiembre de 2025, a los 91 años. Según informó su casa de moda, “Il Signor Armani” se apagó serenamente, rodeado de las personas que lo amaba. Llevaba meses convaleciente en su hogar tras una hospitalización discreta y trabajó hasta los últimos días. La capilla ardiente se abrirá en el Armani/Teatro de Milán el sábado 6 y domingo 7; el funeral será privado, por expreso deseo del creador.
Nacido en Piacenza el 11 de julio de 1934, Armani creció en la Italia de posguerra y se mudó con su familia a Milán en 1949. Comenzó Medicina, cumplió el servicio militar y, al volver, cambió el bisturí por las vidrieras de La Rinascente: fue escaparatista y vendedor antes de pasar a diseñar en Nino Cerruti a partir de 1965. El 24 de julio de 1975, junto a su compañero y socio Sergio Galeotti, fundó Giorgio Armani S.p.A.
Aquella pequeña oficina en corso Venezia cambió para siempre el lenguaje de la moda. A comienzos de los ochenta, con la chaqueta “desestructurada”, los tejidos fluidos y la paleta neutra, Armani impuso una elegancia funcional, minimalista y sensual que modernizó el traje masculino y dio poder —y comodidad— al guardarropa femenino. Él nunca siguió tendencias pasajeras, sino que creyó en un estilo elegante y atemporal. Para Armani siempre se trata de lucir elegante más que a la moda. La consagración global llegó con la película “American Gigolo” cuando en 1980 vistió a Richard Gere y convirtió su sastrería en sinónimo de sofisticación cinematográfica.
Dueño absoluto de su firma, el “Re Giorgio” extendió su visión más allá de la pasarela: Emporio Armani y A|X acercaron su estética a nuevas generaciones; en 2005 debutó la alta costura con Armani Privé; fue patrono del Olimpia Milano y vistió al equipo olímpico italiano con EA7; levantó museos como Armani/Silos y llevó su universo al hospitality con hoteles en Dubái y otros destinos.
Su relación con el cine y la alfombra roja fue un capítulo aparte: vistió a un ejército de estrellas y, durante décadas, sus siluetas dominaron los Oscar. Nombres como Cate Blanchett, Julia Roberts, Michelle Yeoh, Jennifer Lopez o Jodie Foster encontraron en sus propuestas de líneas puras una segunda piel que no necesita gritar para brillar. “Él te hace sentir poderosa con lo mínimo”, confesó alguna vez Cate Blanchett, una de sus musas predilectas.
Detrás del emblema, hubo siempre un trabajador infatigable y un polemista franco. En los peores días de la pandemia, fue de los primeros en cerrar desfiles al público y en pedir que la industria reduzca su vértigo; ya en 2020 arremetió contra el seguidismo de tendencias que “violenta” la esencia de quien viste, defendiendo la autonomía y el confort. A la vez, dejó frases de taller que suenan a ética de trabajo: “La diferencia entre estilo y moda es la calidad”. Fiel a esa brújula, Armani rehuyó la ostentación y apostó por un lujo silencioso, atento a la caída de una manga y al forro de un bolsillo. Por eso su revolución fue tan profunda: quitó, en vez de añadir; liberó a hombres y mujeres de estructuras rígidas y convirtió la sobriedad en una forma de carisma.
Muchas actrices lucía felices sus diseños y explicaban por qué. Isabelle Hupert dijo "Con su gran talento, da la oportunidad a todas las mujeres que lo visten de sentirse u´nicas siendo ellas mismas". Kate Winslet afirmaba "Su elegancia nunca pasa de moda. Odio la idea de llevar un vestido una sola vez y los suyos los visto todo el rato. Hace ropa que funciona, que dura, que quieres para siempre. Y no hay nada más sofisticado que eso".
No solo actrices lo amaban, también los hombres. "Cuando visto Armani siento que voy con ventaja. Incluso cuando es un traje sutil me siento la persona más atractiva del lugar. Me sube el ánimo. Además, admiro de él que, como yo, tiene una férrea ética del trabajo: podría haberse dormido en los laureles hace años pero decidió seguir al pie del cañón, a la cabeza de la industria. Es un genio", contaba Samuel L. Jackson.
Hoy Milán lo despide como a un patriarca cultural y empresarial, y el mundo de la moda pierde a uno de sus últimos grandes constructores. Armani murió como vivió: trabajando, controlando pruebas por videollamada, pensando ya en el próximo desfile y en un legado gestionado por su familia y su fundación. Queda su imperio y, sobre todo, su idea: ropa que acompaña la vida real y no la atropella. En tiempos de ruido, él eligió el silencio de una línea perfecta y el peso ligero de una chaqueta que cae como un susurro. Tal vez por eso —y porque la elegancia verdadera no caduca— su nombre seguirá donde él quería: en la memoria.