Seguramente lo has visto en las verdulerías: el kale pertenece a la misma familia del brócoli y la coliflor y su rótulo de superalimento llama la atención. “Tiene una cantidad muy alta de micronutrientes, antioxidantes, carotenoides, glucosinolatos, polifenoles y vitaminas A, K y C. A su vez, contiene minerales esenciales como potasio, calcio y magnesio, y fibra dietética. Todos ellos muy importantes para la salud humana”, afirman los nutricionistas.
Sus hojas son algo rígidas y requieren ya sea cocción o un macerado en vinagre y sal para que su consumo sea más agradable. Debe lavarse a conciencia como toda verdura de hoja y puede cocinarse al vapor o hervirse. A partir de ahí su uso es versátil, porque podemos emplearlo como la espinaca o la acelga, en tartas, buñuelos, sopas, tortillas, revueltos o salteados.
Cuando se consume crudo, se aprovechan más sus nutrientes, sobre todo el alto contenido de vitamina C que aporta, ya que esta vitamina se destruye con la cocción. Puede usarse en licuados detox - su uso más difundido- teniendo en cuenta que aporta fibra en cantidad.
¿Quiénes deben tener precaución al consumir kale o deben directamente dejarlo de lado?
- Los que tienen síndrome de intestino irritable. Esta afección hace el intestino altamente sensible a las fibras y otros componentes del kale, por lo que podría desencadenar una crisis.
- Los que no deben consumir alimentos ricos en oxalatos, como los enfermos renales.
- Quienes estén tomando medicación para corregir desequilibrios en la tiroides, debido a que puede inhibirla.
Lo ideal es consumir poca cantidad de kale cocido, mezclándolo con otras hortalizas como papas, calabaza, zanahoria, etc. Si no se notan reacciones adversas, como malestar intestinal o estomacal, entonces si podemos animarnos a preparaciones donde el kale sea protagonista.