UNA ENTREVISTA DEL AÑO 2016 EN PRONTO

El día que Carlos Sánchez habló del cáncer y la muerte: "Estoy convencido de que hay otra vida y que es mucho mejor que ésta"

Fue hace unos veranos en Carlos Paz cuando integraba la obra Plumas en la noche. En una charla íntima habló de su lucha contra la enfermedad, del trágico suicidio de su primera mujer y de por qué alguno de sus hijos nunca pudieron perdonarlo

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No le tengo miedo a nada. Y menos a la muerte. Estoy convencido de que hay otra vida y que es mucho mejor que esta”, sentenció en aquel enero de 2016 sin vacilar Carlos Sánchez. El humorista, que todas las noches subía al escenario del Teatro Candilejas de Carlos Paz, donde se presentaba con la revista Plumas en la noche, habló de su salud. En 2015 había tomado coraje e hizo pública su confesión más dura: contó que padecía cáncer de riñón desde 2010. Pero no se victimizó y le dio batalla a la enfermedad. Por esos días estaba acompañado por su mujer, Silvia, los hijos de ella Micaela y Marcos, y un amigo de Marcos, Nicolás.  Esta fue la charla para la Revista Ponto:

-¿Cómo descubriste que tenías cáncer?

-De casualidad. Nunca en mi vida me había hecho un chequeo de nada, y fui porque me mandó mi mujer. Me encontraron un tumor en el riñón y a los 12 días me sacaron directamente el riñón en la Clínica Favaloro. Era un carcinoma maligno. Estaba encapsulado pero era el peor de todos. Cuando te sacan un tumor, cada seis meses durante cinco años te tenés que hacer un chequeo. Me hice el primer chequeo a los 7 meses y me están esperando para el segundo.

 -¿No volviste a ir?

-No. No volví porque me agarró un ataque de soberbia. Dije: “A mí no me va a pasar nada y chau”. Después de cuatro años, me dolía la vesícula y volví a la Favaloro. Me hicieron una ecografía, vieron algo raro, me mandaron a hacer una tomografía y con los resultados en la mano, el médico me dijo: “Tenés una metástasis: tenés tomados el hígado, el páncreas, las glándulas suprarrenales, el hueso de la cadera, una costilla y el pulmón”. 

-¿Sentías dolor?

-Solo en el hueso de la cadera y pensaba que era el ciático. Había ido un día a jugar al golf y no me podía mover del dolor. Cuando el doctor me terminó de decir eso, le pregunté: “¿Cuánto me queda de vida?”. El cáncer de hígado no tiene cura y yo ya me había mentalizado en que me iba a morir. Me explicó que había un tratamiento muy bueno de quimio oral, con unas pastillas muy fuertes. Cuando arranqué con el tratamiento, la obra social dejó de tener convenio oncológico con la Favaloro y me fui a hacer atender en la Fleming. Tuve la suerte de que me tocó un médico de Bahía Blanca, mi ciudad natal, hijo de un conocido de mi familia. El me salvó la vida.

-¿Por qué? ¿Qué pasó?

-Miró la tomografía y me preguntó quién me había dicho que lo del hígado era cáncer. Resulta que ni en el hígado ni en las glándulas suprarrenales había cáncer. ¿Sabés qué era? Hígado graso. Festejé y a la vez me dio bronca porque si le decían eso a un tipo que no tiene la cabeza que tengo yo, sale del consultorio, se deprime y se tira abajo del primer auto que pasa.

-¿Pero tenés metástasis o no?

-Sí. Tengo en el páncreas, el hueso de la cadera, una costilla y el pulmón. Lo del pulmón ya desapareció con la medicación vía oral. La tomo 28 días, descanso 14, retomo 28, descanso 14. Es quimio oral. No se cae el pelo pero me hace bosta. Me ataca otras cosas. El primer frasco me atacó las mucosas: tenía las fosas nasales en carne viva y llagas en la boca. El otro frasco me sacó ampollas en las plantas de los pies y no podía caminar. Me puse todo canoso, tengo cansancio muscular y agotamiento físico. Es terrible. Por momentos no puedo ni peinarme.

-¿Qué expectativa de vida te dio el médico?

-Me dijo que íbamos a salir adelante. La estoy peleando y en la última tomografía se achicó todo. En los órganos que tengo afectados, me explicaron que se puede combatir del todo la metástasis. Lo que más tarda es el hueso de la cadera, porque lo tenía como apolillado. Se está recalcificando todo y tarda mucho más.

-¿De dónde sacás energía?

-Tengo muchas ganas de vivir. Bajones no tuve nunca y tanto mi mujer, Silvia, como los chicos fueron y son fundamentales para que me sienta bien. Están apoyándome en todo momento. Silvia es una leona. Sin ella a mi lado no sé qué hubiera sido de mí. Y mi profesión es mi terapia: cuando me subo al escenario, me olvido de todo.

-¿Creés en la vida después de la muerte?

-Sí, totalmente. Tuve una experiencia con mi viejo, Carlos, y estoy convencido de eso. Mi papá falleció de cáncer de riñón, que es lo mismo que tengo yo. Cuando le sacaron el riñón, tenía metástasis hasta en los talones. Estaba internado en el Hospital Español de Bahía Blanca y el director de terapia intensiva, que era amigo mío de la infancia, me dijo: “Es al cuete que se queden acá porque de esta noche el viejo no pasa. Vayan a descansar y cuando pase lo que tenga que pasar, te llamo”.

-¿Qué hicieron?

-El departamento quedaba a cuatro cuadras del hospital y nos fuimos para ahí con mi hermano, mi hijo, mi sobrino y mi vieja. En un momento, sonó el teléfono y nos fuimos de raje para el hospital. Cuando llegamos, el médico me dijo que papá me estaba llamando a mí. “Empezó a sonar el piiii, lo desconectamos todo y cuando estábamos por terminar, empezó a respirar de nuevo. Te está llamando”, me comentó el doctor. Mi viejo me hablaba y yo no le entendía. Entonces me acerqué y le pregunté: “¿Qué decís, papi?”. Me pidió que le pusiera los dientes, porque tenía la dentadura en la mesita de luz y me dijo: “Hijo, ¿sabés que me morí?”.

-¿Qué le respondiste?

-“No, papi, estabas soñando, no es posible”, le retruqué. Y él insistió: “No, hijo, yo estaba allá arriba y veía cómo me sacaban todo. Ustedes estaban en el departamento, la situación tal cual había sido. Me agarró la mano fuerte y me dijo: “Te amo, hijo”. Y ahí se quedó. Falleció tomado de mi mano. Carlos se emociona y se quiebra. Sus ojos se llenan de lágrimas y se le entrecorta la voz. La historia que vivió con su papá lo marcó para siempre y hoy, que él padece la misma enfermedad, entiende en carne propia el sufrimiento. Pronto se reincorpora y toma aire. “Después de lo que le pasó a mi viejo, todo lo que me pasa a mí me chupa un huevo. La muerte de mi papá me partió al medio. Fue un ser muy importante en mi vida: mi espejo, mi guía, mi mentor. Me enseñó todo lo que estaba bien y lo que nunca debía hacer en mi existencia. Un tipo tremendamente honrado. Hizo una carrera bárbara en una empresa multinacional, una compañía suiza exportadora de cereales, a la que entró como cadete a los 14 años y llegó a ser gerente en Bahía Blanca. Laburó 43 años en esa compañía y los últimos cinco trabajó en una ferretería para poder jubilarse. En el velatorio, el dueño de la ferretería me abrazó y me dijo: ´Estos son los hijos que las madres se olvidaron de parir´. Me pone triste su ausencia pero sé que lo voy a volver a ver algún día. Me hubiese encantado ser tan buen padre como lo fue mi viejo conmigo. Yo no fui un buen padre con mis hijos”.

-¿Por qué fuiste mal padre?

-Porque tuve muchas falencias. Lo reconozco. Quedé viudo a los 41 años: mi mujer, Irene, se suicidó, los chicos eran chicos y nunca supe cómo manejar la situación. Cometí muchísimos errores como padre. Con Irene tuve a mis tres hijos mayores: Emiliano (38), Guillermina (35) y Jorgelina (29). Después me volví a casar y con mi segunda esposa, Alejandra, tuve a Juan Cruz (17). Los mayores se quedaron con la tía, yo estuve muy ausente y me confundí mal.

-¿Tus hijos te pasaron factura?

-Sí, obvio. Y lo viví con mucha culpa. Trato de recuperar algunas cosas. Con Juan Cruz, que canta como los dioses y toca la guitarra maravillosamente bien, participé en Laten corazones y ganamos. Con él estoy tratando de tener una nueva relación.

-¿Y con los mayores tenés vínculo?

-A la menor la veo y me trae a mis dos nietos, con la del medio tengo contacto solo por teléfono y con el mayor nada de nada. Hace mucho tiempo que no hablo con Emiliano. Me duele mucho pero el no hablar no es una elección mía sino suya. Cometí muchos errores y no fui el mejor padre pero tampoco fui el peor.

-¿A tus hijos les cuesta perdonarte?

-Se ve que sí. Con mi hija Jorgelina tengo una relación bárbara. Ella me dio dos nietos, Guillermina otro dos y Emiliano también dos, una nena y un varón. A la nena la vi una vez y al varón no lo conozco. 

-Teniendo en cuenta tu enfermedad, ¿no te gustaría acercarte a ellos?

-Vos lo dijiste muy bien: con el problema de salud que tengo, si a ellos les interesara verme sabés lo feliz que me harían. Emiliano me llamó una sola vez, cuando se hizo pública la noticia de lo que me pasaba, y nunca más.

-Tu actual mujer, Silvia, tiene dos hijos.

-Sí: Micaela (21) y Marcos (14). Son de Silvia y míos también. Hace 12 años que están conmigo. Encontré en ella a la mujer de mi vida. Paradójicamente, es la única de mis tres mujeres con la que no me casé. Una vez estuvimos a punto de hacerlo y no se dio. El concubinato hoy te da los mismos derechos que el matrimonio.

-Cuando tu primera esposa su suicidó, ¿vos dónde estabas?

-Con ella, en casa. Habíamos comprado una casa en San Fernando. Fue muy duro y se destruyó todo. Fue algo inesperado porque era una mina súper inteligente, con un coeficiente intelectual superior a lo normal. Le faltaban tres materias para recibirse de psicóloga y trabajaba en la Corte Suprema. Fue inexplicable y nadie pudo entender lo que hizo.

-¿No dio señales los días previos? ¿Estaba depresiva?

-No, nada. Era descendiente de dinamarqueses, una mina muy fría y para adentro. Era muy difícil saber lo que pensaba. Una mujer maravillosa pero hizo lo que hizo y nos destruyó como familia. Estábamos en casa con Irene, nuestro hijo mayor, la del medio, un sobrino y yo. La más chica estaba en la casa de la tía. Fue a las seis de la mañana. Estaba charlando conmigo, se levantó, subió al baño y allí se quitó la vida.

La nota original de
la Revista Pronto 

-¿Qué pensaste?

-El secreto se lo lleva el que se va. Ni los chicos ni yo nos pudimos despedir de ella. Me llevó muchos años de terapia. Fue inexplicable. Al día de hoy sigo sin encontrarle una explicación. Lo único que puedo pensar es que era una mujer muy narcisista, sufría un problema renal y sabía que iba a tener que ir a diálisis. Durante un año, ella fue dos o tres veces por mes a ver a un tío mío que se estaba dializando para ver el deterioro que le ocasionaba el tratamiento. No lo pudo asumir para ella. Era muy coqueta, una mujer a la que jamás vi sin maquillaje. Estábamos enamorados, juntos, todo bien. Nunca pude entenderlo.

-¿Ese fue el comienzo del distanciamiento con tus hijos?

-Sí, sobre todo con la del medio. Me manejé mal, me comporté pésimo y no tendría que haber hecho cosas que hice a nivel pareja y a nivel económico. Ganaba fortunas y como ganaba la deliraba. Perdí todo. Si la hubiera conocido a Silvia en esa época, hoy sería millonario. Ella me cuida la guita y me administra. Es una leona en todo. Cuando la conocí, estaba en la lona, enterrado en el tercer subsuelo. Tenía más de 40 cheques para cubrir. Ella me sacó del pozo en el que estuve. Yo trabajaba y ella ponía la cara. Así fue levantando cheque por cheque. Me organizó la vida. Me salvó.